¿Son las procesiones un reclamo turístico?
Viernes 25. 20.00 horas. Me acerco a la Escalerona al caer la tarde. Un gentío compactado parece agolparse frente a la iglesia de San Pedro. Hace algunos años que falto de la ciudad por estas fechas. No puedo creer lo que estoy viendo. Procesiones. Capirotes negros, los estandartes en todo lo alto del regusto militar transferido a las sedas y a los metales brillantes, Cristo crucificado otra vez y hasta la banda de música formada y a punto. No puedo creer tampoco lo que mi nariz me dice que estoy oliendo sobre la sal marina y húmeda: incienso. Imposible. Me aseguro. Sí, es una procesión. Sí, es la Banda de Música del Ayuntamiento de Gijón. Sí, son vaharadas de incienso.
Me pregunto si ésta es mi ciudad o si la han cambiado. Si las procesiones se han convertido en un dudoso reclamo turístico que Gijón no parece necesitar. Si estaré pagando con mis impuestos la manifestación externa menos deseable de un sentimiento religioso revestido con ropa talar. Gijón no es Medina del Campo. Asturias no es Castilla. No es Murcia. No es Andalucía. No albergamos aquí tallas que mostrar comparables a la del Cristo en brazos de la muerte.
No puedo explicarme esta clase de manifestaciones religiosas que toman la calle en Gijón en 2016.
Lo intento, de veras lo intento. Definitivamente, no puedo.
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