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Nuestro octubre rojo

27 de Octubre del 2009 - J. Jesús J. Suárez González (Gijón)

Este mes se cumplen 75 años de los sucesos de 1.934, lo que ha quedado para la Historia como la Revolución de Asturias. La derecha no ha desaprovechado la ocasión para hacer análisis interesados sobre aquellos acontecimientos, para cuestionar y condenar lo sucedido, un golpe de Estado, dicen los mismos que callan ante las tropelías del franquismo. Viajemos en el tiempo a la Asturias de principios del siglo XX. El liberalismo salvaje se había adueñado del mundo, la transformación de una sociedad basada en la agricultura y el pequeño comercio hacia una industrial, propiciada primero por el vapor y luego por la electricidad, hizo que emergieran dos nuevas clases, el capital y el proletariado. Los avances tecnológicos lejos de mejorar el nivel de vida de la gente, los convirtió en esclavos al servicio de la usura de los amos de las empresas. Jornadas interminables y sueldos de miseria fueron creando el caldo de cultivo para una explosión de ira que se escribiría con sangre. En Rusia, pocos años antes, los bolcheviques lideran una revolución que acaba con el régimen feudal de los zares y con la participación en la Primera Guerra Mundial. Los vaticinios de Marx, que pensaba que la primera revolución proletaria sería en Inglaterra, fueron erróneos, el hambre y la muerte de centenares de miles de soldados en la lucha contra los prusianos pudieron mas que las previsiones del padre del materialismo dialéctico. Aquel ejemplo animó a otros. Los planes quinquenales transforman la sociedad rusa (sin la creación de miles de fábricas de industria media y pesada en los años 20 y 30 no hubiera sido posible fabricar luego el armamento que aplastó a Hitler) y la calidad de vida de los trabajadores mejora ostensiblemente. En España y en Asturias los comunistas eran pocos, pero los socialistas y los anarquistas, entonces hegemónicos, tenían una raíz obrera y unos dirigentes muy beligerantes con la derecha. La huida de Alfonso XIII y la efímero triunfo de las izquierdas duró poco. La falta de preparación de muchos líderes, no conseguir la unidad, y la pérdida del Norte, propició que la derechona, los amos de siempre, apoyados por la Iglesia, que no quería perder sus privilegios, y por el ejército, enseguida se hiciera con el poder. Con la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) en el Gobierno, las condiciones de vida de los trabajadores y campesinos fueron a peor. Estamos en una Asturias donde una gran parte de la población se ve obligada a emigrar a América para escapar del hambre, mientras otros muchos sobreviven en la industria del carbón y el acero en condiciones infrahumanas. Baste decir que la incorporación a las minas empezaba a los doce años, no existía la jornada de 8 horas y, muchas veces, tampoco el descanso semanal. No nos avergonzamos, todo lo contrario, de aquella revolución, aún con sus graves errores y excesos. Muchos murieron y otros fueron torturados y pasaron largos meses de cárcel hasta que Dolores Ibárruri, con sus propias manos, abrió los candados de las celdas. Pero no fue un sufrimiento baldío, como en la lucha contra Roma, contra los árabes, contra Napoleón, fue una página gloriosa de un pueblo, muchas veces heroico, forjado en la batalla, que no se deja avasallar y que hace tiempo hizo suya la frase de Pasionaria: Antes morir de pié que vivir de rodillas.

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