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¿Quién quiere usted que le haga una sedación profunda?

28 de Marzo del 2016 - Adrián González Álvarez (Oviedo)

En relación con el artículo publicado en LA NUEVA ESPAÑA el domingo 27 de marzo sobre el servicio de digestivo del Hospital Álvarez-Buylla de Mieres, surge la pregunta que titula este texto. Leyendo la citada información, la respuesta parece sencilla, sobre todo viendo las bondades de la técnica y el gran éxito que cosecha en este tipo de procedimientos. Pero la cuestión requiere un análisis más desapasionado que puede plasmarse en una pregunta: ¿Quién prefiere que le haga una sedación, un anestesiólogo titulado y muy habilidoso que ha presenciado miles de endoscopias, se ha autoformado y además utiliza un protocolo buenísimo, o un especialista en digestivo y endoscopista experto?

El primer error es la confusión que produce la misma palabra. Parece que una sedación es algo sin importancia, un simple sueño agradable, y la anestesia algo más complicado, con posibles efectos secundarios. Sin embargo, la sedación profunda es una forma de anestesia. Cuando la palabra sedación lleva como apellido “profunda” significa una inconsciencia completa, una incapacidad de colaborar con el procedimiento, pero manteniendo la respiración espontánea. La frontera con la anestesia general es tan sutil (la única diferencia es que en esta última perdemos la capacidad autónoma de respirar y un médico especialista tiene que ayudarnos), que los anestesiólogos la cruzamos varias veces durante este tipo de procedimientos.

La sedación profunda es una técnica muy compleja. Nuestros residentes no la practican hasta casi el final de su formación, precisamente por el riesgo que entraña, y siempre acompañados de un anestesiólogo titulado. Entre otras razones, porque requiere de una vigilancia exhaustiva por personal muy entrenado en técnicas de reanimación y porque se utilizan fármacos que pueden producir depresión cardiorrespiratoria. Por eso para su utilización rutinaria no sirve un simple curso o un título. Se requiere una serie de conocimientos teóricos y prácticos que en nuestros hospitales, al menos hasta ahora, sólo eran competencia de los anestesiólogos, y que a día de hoy no están incluidos en el proceso formativo de ninguna otra especialidad.

El segundo error es pensar que tener un anestesiólogo titulado incrementa la lista de espera. Claro que hay que ver al paciente antes, en una consulta preanestésica, para evaluarle, conocer si tiene una vía aérea difícil (que pueda entrañar un riesgo) y prepararle con los medios necesarios para que el procedimiento sea seguro. La prevención de eventos adversos, el evitar la emergencia y que el camino que vamos a recorrer sea seguro, ¿no es signo de calidad? En el HUCA, la lista de espera para procedimientos con anestesiólogo y sin él es similar. La presencia de un anestesista asegura que el endoscopista pueda trabajar tranquilo y facilita que no se repitan pruebas diagnósticas y terapéuticas.

Oír hablar de sedaciones profundas, con esta alegría, a médicos de otras especialidades nos produce mucha inseguridad. Es algo así como si nos contasen que el piloto de un avión, una vez que despega, abandona la cabina para atender a los pasajeros. “Total, para eso existe el piloto automático...”, además, “¡todo es tan seguro, nunca pasó nada!” y “yo sé hacer las dos cosas”. Vale, ¿pero quién atiende al paciente mientras el médico de digestivo hace la técnica endoscópica? ¿Una enfermera? ¿Otro médico de digestivo? ¿Un residente de cualquier especialidad? ¿Qué pasa si ese paciente sufre alguna complicación (una perforación, un sangrado, un problema respiratorio…)?

La banalización de las técnicas anestésicas, el “no pasa nada porque yo ya lo hice muchas veces” es algo tan antiguo como la historia de la medicina. En el inicio de los tiempos no había anestesiólogos, ni quirófanos, ni salas de procedimientos diagnósticos y terapéuticos, ni seguridad en las intervenciones. Precisamente la evolución de la medicina, la necesidad de que no se cometieran errores con consecuencias irreversibles para los pacientes (como la falta de oxigenación cerebral, que puede provocar un estado vegetativo persistente y cuya causa más frecuente es una parada cardiorrespiratoria) fue lo que propició la creación de especialidades como la anestesiología.

El entrenamiento continuo en estas técnicas y la formación continuada en hospitales han permitido hacer seguros para el paciente los procesos más complejos. Las personas no son números de una lista de espera. Las sedaciones profundas no implican administrar un fármaco y ponerse a hacer otra cosa.

Por último, conviene aclarar a los lectores que las sedaciones profundas son unas técnicas rutinarias en todos los hospitales de la red pública asturiana para todas las técnicas endoscópicas de riesgo. Eso sí, realizadas por anestesiólogos titulados, y no por otro tipo de especialistas.

Nuestros hospitales son los garantes de la seguridad del paciente y, hoy por hoy, sólo los anestesiólogos son expertos, con miles de sedaciones y anestesias a sus espaldas, para hacer sedaciones profundas. Que, por supuesto, no son lo mismo que dar un ansiolítico. Con todo nuestro respeto a los médicos de otras especialidades, esperamos haber respondido al título de esta carta.

Adrián González Álvarez, Ángeles Prado Valle y Cristina Iglesias Fernández, de la junta directiva de Anespa (Asociación de Anestesiólogos del Principado de Asturias)

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