La segunda parte de la crisis
Hace casi dos años que estalló la crisis económica, aunque fue en los años setenta cuando se empezaron a ver los primeros síntomas del problema de la sobreproducción. Pero desde que el detonante de las hipotecas «subprime» (basura o de alto riesgo) hiciera tambalearse a la ya globalizada economía mundial, ¿qué se ha hecho? Aparte de tapar los agujeros del sistema financiero con dinero público y de que los estados se endeuden hasta las cejas con políticas sociales de emergencia, en realidad no se ha hecho nada. Eso es porque la mayoría de los políticos, los economistas, los empresarios, para decirlo de una vez, casi todo el mundo, piensan que ésta es otra crisis cíclica del capitalismo, que volverán los tiempos de los grandes negocios inmobiliarios, los amplios márgenes comerciales, en fin, volveremos a las andadas, craso error.
Sólo los dirigentes cobardes tienen miedo a la crisis. La crisis es un aviso, una oportunidad de cambio para mejorar. Empecinarse en seguir como si nada hubiera pasado y esperar que escampe para volver a actuar como antes es suicida. El crecimiento ya no volverá, porque, como hemos dicho, a pesar de la globalización, hay una sobreproducción industrial imposible de absorber. El deterioro medioambiental y la superpoblación impiden ya incluso el crecimiento sostenible, tan manoseado por algunos. Sólo un cambio radical, una revolución tecnológica, puede impedir la recaída, una segunda parte de la crisis que, con los estados ya sin recursos, sería catastrófica. Sólo con productos radicalmente nuevos y útiles podrán las empresas y, por ende, el Estado de bienestar permanecer. El respeto medioambiental, lejos de ser un obstáculo, es un ingrediente más a favor de una nueva e imperativa revolución industrial.
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