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Bruselas, ciudad ensangrentada

4 de Abril del 2016 - José Antonio Gutiérrez González (Piedras Blancas)

De mi estancia en la capital comunitaria, Bruselas, sigo conservando cierto sentido de la calma, de sus calles tranquilas, de su arquitectura tradicional y también de la moderna edificación (excepto la del Quartier Européen y varios desastres de cuando la Exposición del 58), tan atrevida y poco acogedora, justo donde hoy está la estación de metro de Maelbeek.

La vida confortable de esta ciudad que cobijó a tantos españoles (en un momento dado 35.000 asturianos llegaron a contarse), portugueses e italianos en el pasado y también ha acogido a numerosos marroquíes y africanos (démonos una vuelta por los barrios del Midí y de Matonge o Matongé en Ixelles, animados y multicolores a cual más), no no podrán demolerla. Como cantaba Jacques Brel, no nos quitarán esa "Bruxelles qui bruxellait".

Pero sí tendrán que hacer algo eficiente rápido para depurar el barrio de Molenbeek y tantos otros avisperos que han crecido por negligencia y un exceso de permisividad. El liberalismo europeo, y el belga muy concretamente, deben reaccionar no por "vendetta" pero sí con mucha firmeza. Por los resquicios de su tolerancia se han colado malnacidos radicales de todo tipo y las leyes y métodos que disfrutan actualmente son insuficientes para atajar su desintegración. De lo contrario, siempre surgirán salvadores de patrias que propondrán despropósitos como ya se está viendo en Francia, Polonia, Hungría y Macedonia, por mencionar unos pocos.

La estación de metro de Maelbeek, decorada con bonito azulejo portugués, se encuentra precisamente debajo de la Rue de la Loi (calle de la Ley), una calle que empieza en el Parlamento belga y termina frente a las Instituciones de la Unión Europea. ¿Era ese el objetivo de los terroristas, golpear un símbolo? Quizás, pero como explicación creíble no nos aclara mucho. Los atentados simultáneos en el aeropuerto de Zaventem y el metro de la ciudad, lo mismo que los de noviembre pasado en París, han sembrado de sangre y muerte lugares sin otro síntoma que el de la normalidad.

Bélgica no es ni siquiera un país que se haya destacado por su intervencionismo militar. Si éste último ataque ha sido en Bruselas, puede que sea únicamente porque es una ciudad deficientemente vigilada y porque es un lugar donde el activismo islamista puede camuflarse con facilidad en una nutrida comunidad musulmana. Sabido es que al menos por ahora, la policía belga no puede registrar una vivienda de noche o mantener incomunicados a los detenidos.

Antes o después sabremos si los autores de estos ataques han salido de esa comunidad. Si fuera así, se confirmaría una tendencia preocupante: que los atentados que sufre Europa están impulsados por una ideología que se quiere global, que busca sus excusas en dramas lejanos (Siria, especialmente), pero que actúa sobre todo, en una combinación letal de fanatismo ideológico y resentimiento personal. Es lo que se temía hace tiempo: una "yihad doméstica", la insurrección de una parte de la comunidad musulmana europea contra una sociedad que es la suya pero que prefieren ver como ajena.

No hace falta insistir en que se trata de una parte insignificante de esa comunidad, pero hay un aspecto que inquieta especialmente a las fuerzas de seguridad, y con mucha razón: el hecho de que, para organizarse, los terroristas parecen estar aprovechando no ya las mezquitas e Internet, sino, sobre todo, las redes de la delincuencia común, de la familia y la amistad, como ha puesto de manifiesto el apoyo que recibió Salah Abdeslam de vecinos y amigos durante su prolongada fuga. Para la policía estas son redes especialmente difíciles de inspeccionar e infiltrar.

Desgraciadamente, no va a ser fácil la lucha contra este nuevo terrorismo sin que provoque nuevamente desgarros en el tejido social. Incluso fuera del país belga. Y los terrorista lo saben.

Por ello, esos desalmados seguidores del Daesh, traten de tenernos atemorizados. Aunque como decía Edward Murror, "nadie puede aterrorizar a toda una nación, a menos que todos nosotros seamos sus cómplices".

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