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¡Incontinentes voraces!

4 de Abril del 2016 - Mario José Diego Rodríguez (Gijón)

La amenaza de una nueva crisis financiera es prácticamente una certeza para la mayoría de los economistas. En lo que discrepan es en dónde esta crisis financiera estallará primero; no obstante, todos coinciden en que ésta será peor que las precedentes. La casi unanimidad de dichos economistas reconoce y denuncia que la causa fundamental de esta situación es la puesta en circulación de cantidades enormes de dinero por los bancos centrales después de la crisis bancaria de 2008.

Los bancos centrales de las potencias occidentales, con furioso delirio, se pusieron a fabricar dinero para socorrer a los bancos, comprándoles bonos, créditos, valores negociables, etcétera. Estas adquisiciones representaban cantidades astronómicas y ninguna esperanza de que fueran devueltas. Y como si esto fuera poco, los bancos centrales bajaron el tipo de interés para los bancos privados al casi 0 por ciento, lo que quiere decir que estos establecimientos financieros disponían de un acceso gratuito a cantidades ilimitadas de dinero.

Desde 2008 un total de 6,674 millones de millones de dólares ha sido inyectado en la economía, cantidad equivalente al PIB de Francia y Alemania reunidas. La masa monetaria de los países industriales se ha triplicado en 7 años, mientras que la producción de bienes y servicios está estancada; la circulación de las mercancías no puede ingerir la vertiginosa aumentación de tal masa monetaria.

La moneda emitida por los bancos centrales representa actualmente el 30 por ciento del PIB mundial: en 1990 sólo representaba el 6 por ciento. La deuda mundial es superior a la de 1946, llegando a niveles a los que sólo se llegaba en épocas de posguerra. Los establecimientos financieros, bancos, aseguradoras, fondos de pensión, fondos especulativos que poseen cantidades casi ilimitadas de dinero para invertir buscan permanentemente los sectores generando mejores beneficios; no obstante, el sector productivo está casi excluido de tales inversiones.

Según esos establecimientos, ¿para qué serviría invertir en la construcción de nuevas fábricas, en la fabricación de maquinaria para fabricar productos manufacturados, si dichos productos no se venden con beneficios sustanciales? El capitalismo se enfrenta, desde hace decenas de años, con la contradicción básica entre la capacidad ilimitada de incrementar la producción y los límites del mercado.

El incremento de la masa monetaria se acompaña también del incremento del nerviosismo de los inversores. Buscando las inversiones más rentables, a la mínima alerta, el mínimo rumor, la mínima información, ya sea falsa o verdadera, la mínima declaración de un director de banco central, la mínima sospecha de crisis social o política, los miles de millones de dinero se mueven de un lado para otro.

La economía capitalista es semejante a un tren de alta velocidad dirigiéndose hacia un precipicio. Los conductores y los empleados, a pesar de los gritos de socorro por parte de los viajeros, no pueden parar el tren por la simple razón de que ese tren no dispone ni de frenos ni de ningún otro medio para impedir la catástrofe.

Los dirigentes políticos y sus séquitos respectivos justifican ese incremento de dinero fácil repitiendo como loros que es una necesidad para el estímulo de la economía, pero en realidad desde 2008 nunca ha habido recuperación económica, no siendo, precisamente, para el sector financiero.

Esa masa de dinero que irrumpe en la economía ha sido absorbida esencialmente por operaciones financieras. A pesar del "sube y baja" en función de la coyuntura, el Ibex 35, como otros índices bursátiles, crece globalmente mientras que, como es el caso en la zona euro, la inversión en la producción baja de 15 por ciento, comparándola con la que se practicaba en 2007. Con tanto dinero gratuito puesto a su disposición por los bancos centrales y que no llega a la economía productiva, el sistema financiero está lindando con la sobredosis.

Mientras que el Banco Central estadounidense vacila entre subir o no subir su tipo director, acabando por subirlo ligeramente (del 0,25 por ciento al 0,50 por ciento), por lo que aún podemos decir que el sistema financiero sigue disponiendo de dinero gratuitamente, el BCE no se anda con tiras y aflojas, sigue proporcionando la droga sin ningún límite, sigue imprimiendo dinero. Privar dicho sistema de esa droga subiendo el tipo director practicado por los bancos centrales equivale a matarlo; no privarlo lo mata igual, entonces, puestos ya a matarlo, que disfrute muriendo.

¿Y los que morimos sufriendo?

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