West Side Story

3 de Abril del 2016 - Ramón Alonso Nieda (ARRIONDAS)

Encantado de volver a Estados Unidos, exclamó Felipe VI al aterrizar en Puerto Rico. ¿Efectos del jet lag? No se le pide al joven Rey la audacia provocadora de un De Gaulle que en visita oficial a Canadá, con su Viva Quebec libre, a punto estuvo de que lo metieran preso. Pero aunque los manuales de educación del Príncipe no lo recomienden, sería prudente que el Rey echara un vistazo a los discursos antes de leerlos. O ya puede ir nombrando al redactor de los suyos barón de los Patinazos Reales.

Este es el primer Congreso de la Lengua que celebramos fuera de Latinoamérica, nos recordaba el director del Cervantes, García de la Concha, por si alguien tenía olvidado que San Juan de Puerto Rico es un arrabal de Manhattan. A García de la Concha le habrán dicho de pequeño tú siempre por lo segao, que yendo por lo segado se hace camino al andar. Y ahí lo tienen, con ochenta primaveras y algún pico, sin pisar una hierba.

Hay indicios de que para celebrar esta apoteosis de la hispanidad a las puertas del imperio, el big brother exigió algún peaje. Pero una cosa es un peaje y otra el tributo de las cien doncellas. Panda de mataos, hubiera dicho Manuel Junco, aquel niño de Tresmonte (Ribadesella) que en 1858, con 11 años, emigró a Puerto Rico y, cuarenta años más tarde, cuando desembarcaron los americanos, puso pies contra pared para que en aquella isla, tan lejos de España y tan cerca de Estados Unidos, se siguiera hablando español un siglo después.

Más parecido este VII Congreso de la Lengua a Coros y danzas de Educación y descanso que West Side Story, genial ópera precursora sobre identidad e integración.

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