La Nueva España » Cartas de los lectores » No taanto, Meterio

No taanto, Meterio

17 de Abril del 2016 - Fernando Martínez Álvarez (Grado)

A principios del siglo pasado, en el valle donde vivía mi abuelo paterno empezó a correr la voz entre los vecinos de que cosas extrañas ocurrían por la noche en el monte, hacia la zona de la Peña del Cuervo. Se oían, según algunos, voces lastimeras y sonidos siniestros, quizá como producidos por un arrastrar de cadenas y acompañados de ruidos de movimiento de ramas y hojarasca. La alarma fue cundiendo entre los vecinos de forma directamente proporcional al aumento del boca-oído que se difundía.

El único que no estaba impresionado por estas cosas era Emeterio, un borrachín insigne, todo él tacos y desparpajo, incluso en los momentos de menor grado de ebriedad.

Meterio, como todos le conocían, nunca con oficio pero sí con el beneficio de Baco en su barriga y en su cabeza, no se dejaba arrastrar por las aventuradas hipótesis de historias aterradoras que sus paisanos parecían imaginar. En el chigre había conversaciones de carácter bien serio sobre la necesidad de consultar a don Severino. A lo mejor resultaba conveniente escuchar la opinión del sacerdote. Pudiera precisarse su acertada intervención: la práctica de un sortilegio, quizá un conjuro; cualquier clase de hechizo que pudiera liberar al pueblo de aquella especie de maldición que cada noche, puntualmente a la una de la madrugada, visitaba el castañar de Benitón.

Don Severino se mostró totalmente dispuesto a secundar aquella iniciativa vecinal, apoyada plenamente por diversas feligresas (aunque ellas no hubieran pisado el chigre).

La autoridad eclesial debía tomar cartas en el asunto y dar una solución al problema de una vez por todas: el miércoles de la semana siguiente sería la luna llena de marzo y la güestia, la santa compaña, las almas purgantes del purgatorio o quienquiera que fuese no lograrían resistirse a los buenos haceres exorcizantes de don Severino.

A las doce y media de la noche salieron en procesión: Emeterio atrás del todo, al final, con los del chigre. Delante, los hombres de bien y los niños, y antes aún las feligresas tras su pastor que encabezaba la comitiva. Casulla, estola, incensario, podría habérsele tomado por obispo, de llevar una mitra en la cabeza.

Se pararon a unos metros, enfrente de la ladera del bosque de castaños y se quedaron en silencio.

Nada. Ni un ruido. Sólo de vez en cuando el ulular de una lechuza se escuchaba como agorero presagio de nefastos acontecimientos por venir.

Como nada ocurría, don Severino, con un débil hilo de voz, más de canguelo que de energía liberadora de anticristos, dijo al castañar:

Vosotros, seáis quienes seáis, escuchadme...

Hizo una pausa por si alguien del más allá quisiera responder. Pero nada se oyó. Después de girar un poco la cabeza para mirar a sus parroquianos, algo más envalentonado por la compañía, volvió a su llamada, ahora con más aplomo.

Os rogamos... si sois gente de este mundo bajad aquí y hablad como hombres...

La gente del pueblo miraba al monte con la cabeza agachada, a hurtadillas, por debajo de las cejas, y repetían todos a la vez: Os rogamos...

Tampoco hubo contestación. Y volvió el eclesiástico de nuevo a la carga.

Os rogamos... si por ventura necesitarais de algo, bien para sanaros el alma de deseos insanos, bien para gratificar al cuerpo del hambre o la sed atrasados, no dudéis en pedírnoslo. Y los vecinos repetían de nuevo: Os rogamos...

Sin embargo el estado de las cosas continuaba igual y entonces el clérigo le dijo al niño que le ayudaba que encendiera el incensario. El asunto parecía que se ponía difícil.

Se adelantó dos pasos el pequeño monaguillo con su roquete inmaculado y rellenó con algo de incienso el artilugio que luego don Severino balanceó con majestuosidad, esparciendo ampliamente los resultantes gases de la quema purificadora. Volvió de nuevo a su monserga.

Os rogamos... espíritus de la noche... si sois ánimas del purgatorio y necesitarais reconfortar vuestra vagante y errática condena decídnoslo, pero si sois...

Entonces Meterio, que se había adelantado lentamente por entre sus convecinos, ya estaba situado al lado de don Severino, y cuando el cura llegó a ese punto de su imprecación no pudo resistir más y alzó la voz con tono malhumorado:

... Pero si sois de por aquí, baxái pacá y vamos pal chigre a arreglayo, ¡¡me caguastán vuestra redeña!!

Don Severino detuvo el vuelo del incensario, miró a Emeterio por encima de los lentes y con paciencia condescendiente le dijo:

No taanto, no taanto, Meterio.

Por ese valle no se supo más de Güestias o Compañas. Y los vecinos nunca consiguieron conocer el origen de aquellos extraños ruidos en el bosque, pero aún hoy, tantos años después, cuando alguien se excede en un arrebato vehemente se le suele decir: No taanto, Meterio.

Cartas

Número de cartas: 46053

Número de cartas en Septiembre: 157

Tribunas

Número de tribunas: 2086

Número de tribunas en Septiembre: 8

Condiciones
Enviar carta por internet

Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.

» Formulario de envío.

Enviar carta por correo convencional

Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:

Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo
Buscador