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La letra con sangre no entra

24 de Diciembre del 2008 - Emilio López Gómez (Grado)

Recientemente envié un escrito referido a la sentencia de la Sra. Juez de Jaén condenando a una señora sordomuda por más señas por agresión a su hijo de 10 años. Vaya por delante que lo que la Magistrado considera agresión fue calificado por una doctora como maltrato.

El mismo día leo en LA NUEVA ESPAÑA una carta de Alejandro Prieto Orviz, de Gijón, en la que cuestiona el castigo físico, pero va más lejos e insinúa en el mismo que sustituir el diálogo por las bofetadas acarreará para el menor y durante toda su vida el rechazo de la negociación ante la discrepancia.

Me gustaría matizar diversos aspectos de lo manifestado por don Alejandro:

1º - No se trata de sustituir el diálogo y la negociación por el castigo físico, se trata de complementarlo, es decir ante la nula respuesta y el empecinamiento del hijo en una actitud inadecuada, corresponde a los padres la enseñanza de la correcta, según su moral, religión o costumbre y, si fuera preciso y la situación se tornara violenta como en el caso que nos ocupa al tirar una zapatilla a su progenitora una bofetada no me parece medida descabellada ni perjudicial para el desarrollo del menor.

2º - La discrepancia en si misma no es mala, y eso debe inculcársele a los niños, pero haciéndoles saber que existe un principio de autoridad que se debe respetar como una norma de convivencia, y eso en todos los órdenes de la vida: los padres, profesores, jefes de trabajo, conductores en el autobús, etc.

3º - En mis tiempos se enseñaba una asignatura que se denominaba Urbanidad, que básicamente consistía en el aprendizaje de una serie de normas de obligado cumplimiento para demostrar ser una persona educada.

4º - Si los niños adquieren en la infancia y adolescencia una escala de valores fundamentales como es el respeto a los demás, - independiente de la raza, credo, procedencia y status social, con la consiguiente erradicación del racismo- el civismo uno que tiene cierta edad agradecería tantas veces el ceder el asiento, la parte interior de las aceras, etc. los buenos modales cuantas veces se hecha de menos la conversación tranquila y no el griterío y el ruido ensordecedor - el sentido de la libertad y por ende ese principio de que mi libertad termina donde empieza la libertad de los demás estaremos formando individuos cívicos y por consiguiente bien educados.

Es tan sencillo como eso, si mediante el diálogo y la enseñanza alguna de esas cosas no son admitidas por los menores, habrá que llegar al principio de autoridad y si fuera preciso, en momentos puntuales y no como pauta de comportamiento, sino como enseñanza básica, al cachete. Repito que recibí reprimendas de mis progenitores, incluso alguna bofetada que otra, y no por eso dejé de respetarles como autoridad y quererles como padres, a los que adoré, incluso después de muertos tratando de seguir el camino recto que en mi juventud me enseñaron.

Todo lo contrario hará que estemos criando jóvenes inadaptados, conflictivos, incívicos, con quienes la convivencia será difícil por no decir insoportable.

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