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Tino Casal, la fuerza de un creador

2 de Noviembre del 2009 - Ramón Palicio Suárez (Tudela Veguín (Oviedo))

Hace 18 años, al amanecer del pasado 22 de septiembre, en la carretera de Castilla en Madrid, perdía su vida en accidente de automóvil Tino Casal.

De su obra artística se ha dicho mucho pero nunca todo, porque sencillamente... es imposible. ¿Cómo resumir en un folio que de sus más de 50 obras musicales, unas 48 lo fueron de su puño y letra? Música, letra, arreglos, carátulas de discos, carteles promocionales, escenificaciones, videoclips, vestuarios, peinados... Cualquier complemento estético de su fantástica voz, observable en sus escenas, era obra suya. Todo lo que para un artista audiovisual actual realiza un equipo de 15 o 20 personas, lo creaba Tino sin más compañía que su propia inspiración y el arte de sus manos.

¿Cómo explicar en un solo folio que Tino fue el autor de docenas de innovaciones que ahora parecen estar ahí desde siempre? Los vapores cromáticos que hoy usa en escena hasta la más modesta orquesta de barrio, los micrófonos luminosos, los videoclips (los primeros, aún en blanco y negro), los primeros «piercing» o las «extensiones» de pelo que por primera vez un varón osaba ponerse en España, etcétera, etcétera.

Su mente era un volcán en erupción. No había un solo día que no revisara, refundiera o sublimara sus propias elaboraciones artísticas, incluso las que había creado un día antes.

Sus óleos, murales, dibujos, plumillas, relieves en fieltro, grabados, esculturas en bronce, hierro o estaño... fueron dejando la huella de sus pasos a lo largo de tan sólo 41 años de vida, desde Tudela Veguín a Madrid pasando por Londres. Y no al revés, como a él le habría gustado...

Soy testigo vivo de que durante los muchos años que fuimos juntos a la escuela de Veguín, no recibió nunca clases artísticas específicas. ¡Cómo iba a recibirlas en una escuela pública de los oscuros años cincuenta! La música estaba vedada para los niños, era materia sólo del currículum femenino y ambos géneros íbamos a escuelas separadas, incluso para los recreos.

¿Cómo expresar que Tino nació en el seno de una familia trabajadora, tan humilde como comprensiva, que fue la que a base de cariño puso las ciernes que forjarían su portentosa personalidad? Y así, partiendo de cero y contra el viento de la intolerancia de aquella época, se irguió hasta llegar a ser uno de los mejores creadores artísticos españoles del siglo XX.

Y hoy, sus jóvenes admiradores actuales, muchos nacidos después de su muerte, se preguntan: ¿Pero cómo consiguió este tío crear «Embrujada», «Pánico en el edén», «Tigre bengalí» y tantas otras, sin sintetizadores ni masterizadores ni ordenadores?

¿Qué haría hoy Tino disponiendo de todo esto, con aquella voz sobrenatural y 18 años más de evolución artística?... ¡Tendría que ser algo flipante!

Y algo más: su calidad humana que, para mí, aún superaba a la artística. Queda patente en esas cien anécdotas que sus amigos solemos contar. Como ésta, que nos dejó su médico y compañero de rutas por Madrid:

«Una noche, allá sobre las doce, Tino y tres amigos más salíamos de una función de teatro. En la primera esquina una mendiga joven pedía limosna. Él se le acercó abriendo su cartera para darle algo. Entonces ella, de un golpe rápido y certero, le arrebató la cartera y salió corriendo. Alguno de nosotros trató de perseguirla gritando:

–¡Zorra, devuelve lo que no es tuyo! ¡Él sólo quería ayudarte!

–¡Déjala, déjala!, dijo Tino. Puede que la necesite más que yo...

¬Bueno, je, ahora, algunos de vosotros tendrá que invitarme a cenar. Me he quedado sin blanca.

–¡Te invito yo!, dijimos los tres al unísono.

–¿Lo veis? Ella tendrá la cartera, pero yo tengo amigos».

Ramón Palicio Suárez

Tudela Veguín (Oviedo)

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