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Cuando 60 años no son nada

11 de Abril del 2016 - Faustino Busto (Oviedo)

Quién me iba a decir a mí que cuando odiaba traducir el de Senectute (de la vejez), de Marco Tulio Cicerón, iba a ser casi un referente en mi vida posterior.

Qué arrogantes e incluso insulsos somos cuando somos jóvenes, nos creemos eternos y miramos a los mayores como seres cuasi extraños. Es verdad que la vida hoy ha cambiado mucho, una persona de 60 años antes era un anciano, al que sólo le esperaba sentarse y esperar el fin, y hoy los vemos con vaqueros activos, y a ellas pendientes de las modas, de pantalones cómodas muy lejos de aquellos pañuelos negros atados a la cabeza, quizá la revolución la marcaron esos viajes del Inserso; estando una vez en la playa de Benidorm oí hablar a un grupo, provenientes por su forma de hablar de la España rural: pues a mí me gusta Mallorca, pues a mí Granada, etcétera, impensable en la España de 1960.

Dicen que a los 40 empieza la edad del ruido, porque empezamos a decir ¡uff! al sentarnos o ¡ay! al levantarnos, pero verdaderamente cuando empieza la realidad, al menos para mí, fue a los 50, que se acaba la garantía de nuestros cuerpos, y empiezan los achaques, recurriendo al Senectute, depende un poco de nuestra vida anterior (infartos, cólicos, tensión etcétera), y sin darnos cuenta nos situamos en la cifra mágica de los 60.

Hay una edad real, que dicen que nos la marca ver crecer los hijos -yo más bien diría que nos la marca el agacharse, el levantarse, las cuestas, etcétera- y otra que es la que creemos tener. Yo todavía no me acostumbro a verme en fotos, y hay días que cuando me afeito creo que ese no soy yo, porque vemos a otros envejecer, pero nosotros seguimos viéndonos como cuando éramos jóvenes, no aceptamos los cambios, de ahí que en los perfiles de Facebook se suela poner las fotos de cuando éramos jóvenes.

Así y todo, cuando paseo y veo a personas conocidas de la juventud me sorprendo y no digamos de aquellos que sabemos que han tenido un pasado, digamos, un poco díscolo y alegre. Quién pensaría que esos abuelos y abuelas encantadores con sus nietos de paseo han sido los reyes de la pista o la chica preferida por los amigos. Todos tenemos un pasado, lo que pasa que la juventud de hoy, como la de ayer, no lo ve así.

Pero, en fin, hagamos como aquel administrativo de la Seguridad Social, en Barcelona, que cuando mi hermana con 61 años preguntó cansada cuándo se podía jubilar, le dijo: "Señora, pero si está usted estupenda, en la mejor edad de trabajar".

Faustino Busto, Oviedo

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