Igual que niños mimados
Han tenido que transcurrir más de ciento diez días y un pasar en negativo intento de investidura para que quienes se supone que aspiran a formar Gobierno se sienten una vez más a hablar y tratar de negociar. Muestra evidente del disparate en que se ha convertido este proceso poselectoral repleto de vetos y obstáculos en el que cada paso que se da sólo sirve para constatar diferencias. Lo mucho que se ha oído en estos mencionados días son descalificaciones, desprecios mutuos y ataques furibundos, cuando no un tanto barriobajeros.
Las acusaciones empleadas por Pablo Iglesias y Albert Rivera el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados resultaron del todo punto bochornosas. Se reunieron para debatir sobre el acuerdo de los refugiados alcanzado en el último Consejo Europeo y llegaron a un excesivo y absurdo cruce de descalificaciones personales impropias de dos líderes de formaciones políticas más sobresalientes del país.
En el fondo ha sido una batalla verbal entre dos desmedidos egos. Una grotesca necesidad de demostrar quién es el más ingenioso y ocurrente a la hora de contraatacar a un competidor político. Si acaso de humillarlo y ofenderlo gratuitamente.
Si ésta es la savia nueva que nos prometían en sus campañas electorales, hay que plantearse seriamente si ha valido la pena cambiar. Los españoles nos merecemos otras reacciones personales de nuestros políticos.
A decir verdad, en la práctica no ha habido un solo acercamiento. Y sin embargo, se sigue hablando de un diálogo serio que nunca ha existido. Los ciudadanos pueden entender que no siempre se consigue lo que se pretende, cuando se intenta honestamente, pero lo que no perdonan es el engaño con alevosía.
Son estos unos excelentes momentos para recordar aquellos debates de los grandes parlamentarios de la Transición. Sí discutían acaloradamente, con escrupuloso rigor, escapando del tan socorrido "y tú más", pero unos y otros han sabido pasar página en beneficio de la gobernabilidad y estabilidad de una España que, por desgracia todavía hoy, algunos ansían fraccionar y dividir.
Llegados a esta situación, son muchos los que confían que, en caso de repetirse las elecciones, la ciudadanía tenga en cuenta la inexperiencia y bisoñez de estos políticos de laboratorio salidos de la probeta para representarnos mientras en muchas ocasiones nos hacen sentir vergüenza ajena.
Para finalizar, pueden ustedes creerme si les digo, amigos lectores, que para este viaje de ninguna manera hacían falta semejantes alforjas.
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