El callejón
Echando la vista atrás, retrocediendo en los años, poco a poco, mis recuerdos se quedan prendados en los veranos de los años 70, hace mucho, mucho tiempo. El recuerdo de esos tres edificios, con sus ladrillos rojos, sus portales de madera, esa calle sin salida, en la que pasábamos horas y horas jugando, donde nuestros sueños e ilusiones llenaban cada minuto del día, grandes y pequeños nos agrupábamos por edades para nuestros distintos juegos, y algunas veces enfrentamientos. No había maquinitas ni juguetes, lo que si había, y mucha, era ilusión, pero sobre todo imaginación, fichas o chapas, banzones o canicas, palos de árboles, palos de escoba, aros y pinchos, todo esto valía para todo. Así era nuestra imaginación. Algunas veces nos mezclábamos grandes con pequeños, niños con niñas, con las que también jugábamos a la cuerda o a la goma. La diversión y la amistad era lo más importante.
Hoy las imágenes de sus caras vienen a mi mente y me doy cuenta de que muchos de ellos, grandes y más pequeños, ya no están entre nosotros, pues la vida da muchas vueltas y en alguna de ellas estos buenos amigos se tuvieron que apear. Los que aún estamos dando pasos por este mundo, unos aficionados a la cocina, otros a la fotografía y yo, como sabéis, intentando escribir todo lo que pasa por mi mente. Nos encontramos por la calle y nos paramos a conversar y preguntarnos por nuestras vidas, por nuestras familias. Ya somos padres, algunos abuelos. Cuarenta años después esa calle, ese callejón, como nosotros lo llamábamos, sigue igual que entonces, pero sin niños, y solo gente mayor de paso hacia sus casas. Algunas veces nos encontramos José Ramón, el aficionado a las fotos y yo, cuando nos dirigimos hacia la casa de nuestras madres para pasar el día con ellas, madres que aún después de quedar solas en la vida, lucharon y lucharon por sacarnos a flote. Una calle, como otras muchas, donde se forjaron ilusiones y amistades. Pero esta es mi calle. Mi callejón.
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