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A propósito del día de la madre

14 de Abril del 2016 - María Bobes Fernández (Oviedo)

Se acerca el día de la madre. Los grandes almacenes pregonan sus ofertas de electrodomésticos para el hogar y las redes sociales se van llenando de mensajes dulzones, llenos de florecitas y frases tiernas que hablan de amor incondicional, entrega absoluta y abnegación constante. No suelo prestarles ninguna atención, pero ayer, mirando el Facebook, reparé en una frase que cosechaba un gran éxito, siendo aplaudida y compartida por muchísimas personas: de todos los derechos que tenemos las mujeres, el más grande es ser madre. Me quedé atónita. Parecía, además, estar escrito por una mujer.

Según organismos internacionales y diversas ONG, al menos el 30 por ciento de las mujeres y niñas del mundo es víctima de algún tipo de violencia ligado precisamente a la sexualidad y la maternidad: violación sexual, trata de personas, matrimonio temprano, embarazos forzados, mutilación genital o ausencia de condiciones mínimas de salud reproductiva y sexual. Cada año, en el mundo unos catorce millones de mujeres adolescentes son madres debido principalmente a relaciones sexuales forzosas y embarazos no deseados. Más de ciento cuarenta millones de mujeres y niñas han sido sometidas a mutilación genital, que supone, entre otras cosas, un considerable aumento de hemorragias durante el parto y mortalidad materna. No parece que la maternidad sea para ellas un gran derecho, sino una obligación que las somete, privándolas de derechos humanos fundamentales.

Seguramente pensamos que la mayoría de estas mujeres pertenece a otras culturas, a otras religiones, a un mundo pobre e inculto con el que es difícil identificarnos. No es así. Sólo hay que fijarse en las noticias nacionales o locales que hablan de mujeres reclutadas por grupos criminales para parir sanguinarios terroristas o peleas entre clanes familiares por la posible venta de una menor con fines matrimoniales.

Hace cuarenta años, muchísimas mujeres pertenecientes a nuestro entorno más próximo se casaban "de penalti" para ser madres y amas de casa, abandonando su vida profesional o sus estudios. Se veía como algo normal. A día de hoy, son muchas las madres con sus vidas personales y profesionales destrozadas por atender a hijos difíciles de querer. No hablo sólo de hijos con serias discapacidades desde el nacimiento o su juventud, también de aquellos otros que, aun siendo adultos, se niegan a dejar de ser tratados como príncipes por sus explotadas madres, creyendo que ése es un derecho vitalicio adquirido por nacimiento.

Afortunadamente, yo estoy entre las mujeres que han disfrutado y disfrutan de su maternidad sin grandes costes laborales, económicos o personales, pero para muchas mujeres cercanas los inconvenientes y trabas que supone conciliar la crianza de los hijos con horarios partidos, jornadas a turnos o salarios de risa son tan grandes que se ven abocadas a dejar su trabajo. A lo mejor después de haber hecho una carrera universitaria, estudiado idiomas y realizado algún máster. Me cuesta creer que cuando sus hijos dejen de ser niños y vean casi perdido el tren de su propia carrera laboral con conocimientos desfasados, idiomas sin practicar, elevados índices de paro y años sin cotizar sean capaces de afirmar con absoluta rotundidad y sin pizca de duda que ser madre es lo mejor y más grande que les pudo pasar en la vida.

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