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Juampe Alumbreros, en la muerte de un gran manchego

16 de Abril del 2016 - Celso Peyroux (Teverga)

La villa estuvo, en sus orígenes, rodeada de un bello y frondoso robledal. Hoy, las bellotas se transformaron en uvas y los racimos, en un vasto y soleado viñedo, donde se recogen los vinos más placenteros del mundo.

Villarrobledo en el recuerdo, acompañando por sus históricas calles a Juan Bartolo, el último artesano, patriarca y postrer maestro de la pleita. ¡Qué placer para los ojos viéndole trenzar el esparto para terminar su labor en una bella cesta o canasta!

Fue un verano aquel de canícula aguda, pero el anciano de sienes blancas me mostró la villa como si de un guía profesional se tratase, desde el Gran Teatro hasta la Soledad, pasando por las mansiones de los Téllez y Pachecos. Pero lo más bello del recorrido fue la iglesia de San Blas. Admiré con ambrosía sus piedras y sus líneas, sus luces, sombras y altares. Era aquella mirada profunda como una premonición, porque un día la plegaria y el incienso se harían voz y perfume para el descanso eterno de un amigo del alma.

Conocí la sonrisa de Juan Pedro Alumbreros hace ya de esto casi veinte años, en la aldea de Cilleruelo, en las estribaciones de la sierra de Alcaraz. Desde entonces, nació una amistad sincera y profunda, y fuimos rayo de sol y sombra trabajando por la comunidad vecinal en sus fiestas y labores para el vecindario: traída del agua, limpieza de calles, restauración de la iglesia y, sobre todo, poniendo alegría en la soledad sonora de un núcleo rural que se iba abandonando.

Donde estaba Juampe había siempre gozo, y en la verbena de San Antonio, su gracia y deseos de vivir se contagiaban hasta el punto de que el agua de la fuente salía bailando. Noches a la fresca; mojitos y café en los jardines de su casa; paseos por las eras contemplando el cielo más limpio y bello del mundo; marchas en bicicleta a la rueda de Rafa Ortega; el chapuzón del cronista a manos de Roseta –su hija menor, encanto de criatura– y otros niños en el pilón del abrevadero… y cientos de pensamientos me vienen a las mientes que sería menester todo un libro para reunir tanto recuerdo.

Luego, un día, llegarían "Los clamores del viento", el primer romancero de la aldea, donde Juampe y Rosa tuvieron su poema titulado "Seronda" (tiempo otoñal): "…Llama en la aurora otoño a mi ventana / y golpea los cristales con manos ateridas…". Más tarde se publicaba "Masegoso, esta tierra que es vuestra", de un verso del inolvidable poeta manchego Ismael Belmonte y la colaboración del cineasta José Luis Cuerda, hijo de aquellos parajes, donde también Juampe se asoma con su sonrisa llevando a hombros la imagen del santo patrono por las calles de la aldea.

Y así hasta completar dos décadas de verbos limpios, palabras precisas y preciosas y risas –muchas risas– entre un escribidor de versos y el alma más noble y sencilla, generosa y prudente con la que me pude topar a lo largo y ancho de la vida.

Dos Rosas serranas, una María de la huerta murciana, dos nietos y cientos de amigos que te tendrán siempre en la memoria. El templo de San Blas se hizo pequeño para que Villarrobledo, en pleno, te diera el último adiós con el bronce dolorido en las campanas.

Por en estos valles de las tierras del Norte ha quedado un cirio alumbrando a Juampe Alumbreros –llama viva, lumbre, candela– en la cueva de la Santina. Nuestra querida Maribel –alma de la aldea– se encargará de encender otra luciérnaga en el santuario cuando lleguen los cantos de mayo a la muy serena Madre de Cortes.

Que la luz manchega alumbre, buen amigo, tus senderos en la eternidad; aquí abajo han quedado todos iluminados con tu presencia. "…También un día seré yo quien me vaya / cual vuelo apacible de un bando de avefrías…".

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