¡Qué país!

20 de Abril del 2016 - Constantino Díaz Fernández (Oviedo)

Ésta es, precisamente, la exclamación que a muchos españoles se nos escapa cuando diariamente abrimos la prensa, escuchamos la radio o encendemos el televisor. Un día sí y otro también, las noticias que ocupan los espacios preferentes de los medios de comunicación no son precisamente aquellas que nos gustaría oír, algo que pudiera animar a emprender la jornada con algún atisbo de esperanza en que el mañana podrá ser mejor, sino, por el contrario, las crónicas de actualidad sobre el estado de los diversos procesos que se están siguiendo, a lo largo y ancho de nuestra patria, por los numerosos casos de corrupción en los que está inmersa multitud de representantes de la vida política y económica del país, a los que, como si se tratase de un manantial que no cesa, continuamente se van uniendo más y más en una sucesión interminable. El último escándalo que ha salido a la luz, en el que se ha desmantelado una red de extorsión en el seudosindicato Manos Limpias (manda, ¡qué sarcasmo!), acusado por la fiscalía de la Audiencia Nacional de pertenencia a organización criminal, entre otras cosas de no menor enjundia, es la gota que faltaba para colmar el vaso y sentir vergüenza ajena como ciudadanos españoles. Que, fuera de nuestras fronteras, cada vez se nos conozca más no por nuestras capacidades, virtudes o cualidades, sino por la desmedida ambición en hacerse con "la plata" practicando para ello todo tipo de malas artes, hasta los extremos más inimaginables, como el caso anteriormente mencionado, es algo que debería herir la sensibilidad de cualquier persona dotada de los más elementales principios éticos y morales, y que, por tal razón, tendría que hacer saltar todas las alarmas para que, de una vez por todas, se ponga fin a todos estos desmesurados despropósitos, actuando en justicia con la rapidez y contundencia que para cada caso se requiera.

La cuestión es que mientras todo esto sucede, nuestra clase política, la de siempre, junto con aquélla otra rediviva que tildando a la primera de casta, con desaforadas críticas sobre su gestión, sólo ha venido, como ha quedado meridianamente demostrado, a participar en el reparto de la pasta y a buscarse el mejor sitio en la mesa para disfrutar de la parte más jugosa del pastel, está inmersa en ocultar sus propias vergüenzas, arrojándose piedras sin estar libre de pecado, mientras sigue luchando para conseguir sus auténticos y oscuros intereses, sin importarle una higa lo que necesita el país y demandan los ciudadanos que los han elegido. Todo un elenco que estando llamado, entre otras cosas, a poner orden y coto a tantos desmanes como nos afectan, buscando las soluciones más pertinentes para ello, únicamente ha venido a formar parte del problema. A la vista de todo esto, y dado lo difícil que se ve un arreglo en un horizonte cercano, cabe preguntarse si la solución tendría que pasar por un nuevo diluvio, aunque algo más selectivo del que se narra en el Génesis, como radical remedio a tanto desatino. Claro que también aquí se nos presentaría un nuevo dilema, un sudoku difícil de resolver: encontrar personas justas y con la suficiente solvencia para merecer subirse a la barca.

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