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El último refugio de los canallas

23 de Abril del 2016 - Luciano Hevia Noriega (Arriondas)

Para algunos, como el que suscribe, Panamá solo es un país ignoto que da nombre a un sombrero estiloso muy de mi gusto, pero está visto que para muchos compatriotas (y remarco lo de compatriotas) ofrece bastantes más posibilidades que las estrictamente estéticas, a tenor de las revelaciones a las que hemos tenido acceso en forma de primicia mundial. No creo que el profesor José María Valverde estuviera pensando en complementos fashion cuando acuñó aquello de no hay estética sin ética, aunque la cita sea muy recuperable para los tiempos que corren.

Partiendo de la base de que no soy gran fan de las noticias por entregas, en una especie de crescendo sin fin que acaba por cansar a la gente y diluir el impacto de lo revelado, no seré muy original al afirmar que la larga lista (aún abierta) de ilustres nombres con sociedades o intereses en el país centroamericano arroja un balance de algunas (pocas) sorpresas y bastantes evidencias (ahora demostradas).

Que gente tan dispar coincida en su querencia por los paraísos fiscales bendecidos por las blandas legislaciones europeas no tiene mucho de particular, pero podría dar lugar a caer en el error o tentación de valorar con idéntico rasero a todos los protagonistas por igual, cuando su nivel de responsabilidad es muy disímil.

Nada más lejos de mi intención que pontificar acerca de la legalidad o no de este tipo de comportamientos habiendo órganos competentes para ello ni de disculpar a unos más o menos simpáticos en detrimento de otros más o menos antipáticos. Pero, a mi juicio, no es lo mismo que Pedro Almodóvar, Imanol Arias, Vargas Llosa o Bertín Osborne tengan o hayan tenido sociedades offshore en Panamá a que los titulares sean importantes políticos como el dimitido José Manuel Soria o, por vía consorte, el ratificado Arias Cañete.

Es cierto que algunos de estos artistas, intelectuales o deportistas han sido implacables cuando de juzgar conductas ajenas se trataba y que no parece que lo de predicar con el ejemplo vaya con ellos, pero no es menos palmario que su grado de responsabilidad ante la ciudadanía no es homologable al de un cargo público o electo.

Frente a los primeros, si nos sentimos muy ofendidos, siempre podremos boicotear sus estrenos (como debe de estar sucediendo con la Julieta de Almodóvar a la vista de los resultados obtenidos), cambiar de canal cuando Bertín o Imanol asomen el careto por la pequeña pantalla o regalar a nuestras amistades libros que no estén firmados por mi admirado (en lo literario) Don Mario. Hombre, no niego que ciertos casos chirrían más que otros, debido al indómito patriotismo del que algunos de ellos hacen gala, olvidando que la más sencilla y eficaz manera de contribuir al desarrollo del país es cumpliendo con nuestras obligaciones ciudadanas (¿a qué ahora sí les viene a la cabeza la cita del profesor Valverde metida a calzador unos párrafos antes?).

Y tampoco vamos a tirarnos de los pelos porque gente como Tita Cervera, los Albertos, Blesa u otros de similar jaez recurran a este tipo de actividades para incrementar sus ya inmorales (¿e ilegales?) patrimonios, porque todos sospechábamos en mayor o menor medida que en tamaños botines no todo podía ser trigo limpio.

Pero el caso de los políticos es muy distinto, porque ellos sí están obligados por su contrato con la sociedad a evitar este tipo de operaciones, ya que alguien que tiene entre sus atribuciones la de legislar no puede buscar atajos para su fiscalidad. Si no les convencen las leyes o directrices en esta materia que nos atañen y obligan a todos, lo que deben hacer es cambiarlas si gozan de votos suficientes para ello, pero lo otro, por mucho revestimiento legal que le quieran dar, les inhabilita para el cargo, además de ser muy cutre (y otros adjetivos que me guardo por decoro).

Reconozco que me trae bastante al pairo lo que hagan Gunnlaugsson, Macri, Cameron o Putin, ya que no soy ni islandés, ni argentino, ni británico ni ruso. Yo soy español, español, español. Eso, que a decir del gran patriarca de la derecha patria, solo queda al alcance de los que no podemos ser otra cosa. Y, una vez descubierta esta, hasta ahora desconocida, pulsión patriótica que habita en mí, íntimamente ligada al hecho de que todos mis magros ingresos tributan en España y contribuyen (o eso espero) al sostenimiento de hospitales y colegios, me creo autorizado para exigir ceses y dimisiones de aquellos que, con tantos o más motivos que los míos, no obran de igual manera.

Dejo para el final, dada su peculiar condición, a la simpar Pilar de Borbón, hermana y tía de reyes, habitualmente parlanchina y lenguaraz, propensa a la impertinencia y a sentar cátedra sobre cómo deben comportarse los demás. Hasta tal punto soy de natural conformista que si el descubrimiento de su presencia en la ominosa lista sirviera simplemente para tenerla calladita una temporada ya lo daría por bueno. Pero, como supongo que no caerá esa breva, me permito sugerirle a tan insigne señora que medite mucho antes de volver a impartir a los que trata como súbditos las consabidas lecciones de buenas costumbres, so pena de que la mandemos a la mierda, ahora sí, con total justificación. Metido ya como estoy en desahogos, también me permito reflexionar en voz alta sobre la pertinencia o no de los Rastrillos benéficos de rigor a los que es tan aficionada, si todos sin excepción contribuyéramos a la hucha común en la medida de nuestras posibilidades.

Por tanto, menos pulseritas con la enseña nacional, menos polos con cuellos rojigualdas, menos golpes de pecho raciales y menos Panamá, Bahamas, Jersey o Delaware. Y un poquito más de decencia. Y si algunos se ven escasos de esto último, al menos que nos eviten sus chácharas pseudopatrióticas. Hagan con ellas como con su dinero: llévenselas lejos.

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