Atentado a la autoridad
Soy de la generación de españoles sensible al uso del término atentado, me trae recuerdos de días tristísimos en los que la sociedad entera, las fuerzas de seguridad y los ciudadanos y ciudadanas de este país, padecimos y luchamos contra la terrible lacra del terrorismo. Hay que decir ante todo que estas fuerzas de seguridad constituyen un gremio amplísimo, con héroes y villanos como existen en todos los grandes sectores.
Cuando este miércoles 20 de abril se juzga a una amiga por el encontronazo que tuvo en Mieres, una mala noche de hace ya casi un año con un agente del orden, todo me parece desmesurado y compruebo que una vez que arranca la maquinaria coercitiva con falta de racionalidad genera mucha rabia.
El fiscal pide un año de prisión y para que parezca poco el castigo se dice que podría pedir hasta cuatro. No irá a la cárcel por carecer de antecedentes, suena como que al final todo se queda en nada pero nada habría sido no dejar que el pulso entre la dignidad de una y el pundonor del otro hubiese durado más de unos segundos. Lo más frustrante no es pensar, como se suele en estos casos, que seguro que hay otros muchos que merecen con más motivos que les caiga todo el peso de la ley, o que pagamos a los agentes de policía para que velen por nosotros y no para que se conviertan en nuestro enemigo, lo peor es tener que escarmentar en cabeza de una amiga y saber que ante la autoridad no hay defensa de la dignidad que valga ni razones, porque nunca se sabe con quién se las está viendo uno. Vale agachar la cabeza, someterse pacientemente, soportar el desvalimiento legal, aguantar, esperar a que pase todo y de camino a casa digerir la sensación de humillación hasta que el olvido lo quiera.
Acusar de atentado a la autoridad a una muchacha de un metro cincuenta, desarmada, profesional de la ayuda a personas discapacitadas y amenazarla con un año de cárcel, debe ir sostenido por muy sólidas pruebas de su grave altercado. Con un año esquiva la reclusión pero está avisada y marcada: cualquier defensa de la razón y la dignidad personal ante el agente inadecuado la devolverán con más fuerza a la corriente del desagüe que acaba en la cloaca.
El mecanismo no quiere ciudadanos indignados, quiere reses dóciles y emite un zumbido de represión suave pero constante que molesta solo a veces. Tranquilo, hoy no le ha tocado a usted. Calle y siga adelante. O no.
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