Deporte escolar o el respeto al prójimo
Oviedo un sábado. Camino por lugar céntrico y entro en un colegio porque en el patio se juega un partido de baloncesto. Son niños de unos cinco años, muy pequeñines, que con ilusión y no mucha destreza intentan tirar a una canasta de mini básquet a la que apenas rozan.
A pocos metros de mí un par de padres, supongo, suponen de niños jugadores, prácticamente pisando la línea de banda. Son una suerte de treintañeros en zapatillas de aspecto corriente, muy, muy corriente, y vomitan instrucciones sin parar a sus respectivos rapacines. Me aseguro de que no son entrenadores pues estos se hallan al otro lado de la pista. Me pasma su comportamiento, ellos creen que animan o aleccionan y lo único que hacen es confundir a los críos, estresarlos y para mi asombro faltar al respeto a jugadores del equipo contrario: ¡hablo de nenes de cinco o seis añitos!
Me consta que estos comportamientos son el pan nuestro de cada finde en todas las canchas deportivas del panorama patrio.
Conclusión. ¿No se puede hacer nada con estos mentecatos? Las asociaciones escolares, las federaciones, o el FBI deberían tomar medidas para que estos pobres diablos no hicieran alarde de su frustración emocional nublando lo que debería ser una linda mañana de sábado y deporte escolar.
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