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Soberanía ausente

24 de Abril del 2016 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

Era muy joven cuando mi padre dejó el libro que había estado leyendo abierto boca abajo sobre la tumbona de su pequeña biblioteca, a la luz de la ventana resplandecía su título: «La revolución de los robots». Eran los sesenta del siglo pasado y supuse que era de aventuras del tipo «Ultimátum a la Tierra» o «La guerra de los mundos». Pero al seguir leyendo, saltando páginas, supe que no, pero algo me quedó grabado: «el mundo iría hacia una sociedad del tiempo libre»: sonaba a vacaciones y alegría. Como niño que había ido a jugar a casa de otros niños: en unas había visto situaciones de ensueño y en otras pobreza nada atractiva. El mundo debería ser mejor y resolver tanta necesidad y desigualdad. Íbamos a conquistar el espacio y con el desarrollo tecnológico se resolverían todos nuestros problemas y vendría la alegría.

Nos hicimos demócratas y hace cuatro meses votamos, pero no sabemos si nuestra soberanía vive todavía o está perdida. Los votados no se han puesto de acuerdo para gobernar e intentar resolver tanta necesidad que existe, muestran así una soberana arrogancia por encima de nuestros agobios. A cada paso que da el progreso, que nos es vendido como innovación y mejora, algo complica más la vida a las personas. Somos victimas propiciatorias del bienestar de otros: nos arreglan para el sacrificio en las urnas y atan nuestra libertad según un nudo gordiano que somos incapaces de aflojar.

No lo hemos visto venir: antes había un cobrador en la parte de atrás del autobús que era por donde se entraba, ahora es por donde salimos y solo queda el conductor. Antes ibas al banco y tenías personas dispuestas a atenderte, ahora tienes que teclear y leer en una pantalla lo que quieres hacer. Los supermercados van camino de convertirse en desoladores lugares que se preparan para quitar las cajas con sus empleos para cobrar por vía telemática. Me gustaría ver y ser atendido por personas, pero la dinámica del sistema es un atractor que traga empleos y hace opacas a las personas que quedan sin él. Si miramos dentro del autobús una pregunta te asalta: ¿quedan personas o ya son solo terminales? Cuando por fin llegas a ser atendido por una persona en una oficina para intentar detener al sistema antes de que él te trague de forma impasible por un céntimo de euro, entonces esa persona te dice: «no se puede hacer, el ordenador no deja, deberás intentarlo tú mismo desde tu IP»; así, en soledad, termina todo tras haber estado largo tiempo a la cola esperando vida.

El mundo se las prometía felices en Bretton Woods cuando el BM y el FMI iban a combatir la pobreza en el mundo y terminaba la 2ª Guerra Mundial. ¿Habrá que esperar al final de la 3ª Guerra Mundial para ver si se hace una auténtica reforma que evite la 4ª? Porque fracaso y pobreza llegan al umbral de nuestra casa europea separada tan solo por alambradas, cuchillas, y policía militar. La ignorancia ante el terror es total: todos las personas no nacen iguales, pero luego la cosa va a peor. ¡Qué digo! En el primer mundo ni nacen, mientras algunos quieren convertirse genéticamente en inmortales. ¿De qué comercio hablan cuando habla la ATCI o TTIP? ¿Quién puede llegar a comprar inmortalidad, quién quiere morir matando? De nuevo el progreso sin soberanía ni libertad ¿Dónde queda la igualdad? ¿Qué es progreso?: que el infierno apocalíptico que convocamos se acerque cada vez más rápido.

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