Oviedo, ciudad de grandes polémicas
Son los carbayones grandes amigos de la oratoria, que en la mayoría de los casos no deja de ser fuegos de artificio, sin llegar a nada, sólo a la charla diaria. Empezando por la gran polémica, como la que llegó a publicarse en uno de de los mejores diarios de la ciudad, la tala del Carbayón. Fueron muchas las personas y las firmas que se opusieron a su tala el 13 de septiembre de 1879. O el derribo del acueducto de la ciudad; también fueron muchas las firmas que se enzarzaron en una polémica que estaba vista para sentencia desde el momento en que la ciudad necesitaba crecer, y en 1915 comienza el derribo de los 40 pilares, construidos en el siglo XVI.
Otra gran polémica fue el problema del convento de Santa Clara, que llegó a dividir Oviedo en dos claras facciones, los que estaban por su conversión en Delegación de Hacienda y los que no, estos llamados los clarisos (Álvarez-Buylla, Guisasola, Estrada, Fernández Pajares, Sandonis, Joaquín Manzanares, etcétera). Por fin el inmovilismo fue derrotado, y aún recuerdo cuando mis padres me llevaban de la mano a ver el horror, decían ellos, del balcón de Castelao.
Han sido otras muchas las charlas y palabras gastadas en torno a polémicas como la demolición de las casas que componían la arcada frente a la Catedral o la construcción de la "Jirafa", o las casas en el polígono de Buenavista. En fin, muchas y variadas ha dado a esta ciudad la noble ciencia de la discusión.
Soy de los que dicen que la conversación es vida y observo que hoy la discusión reflexiva ha girado a una polémica irreflexiva, con el único afán de convencer al contrincante. La atmósfera de la ciudad se está convirtiendo en una discusión permanente. Los regidores de la ciudad han traspasado sus problemas a la calle y rara es la familia que no tiene a un miembro o varios de los diferentes sectores. Eso está convirtiendo Oviedo en una ciudad que políticamente ahoga al ciudadano en todos los aspectos de su vida, charlas, prensa, Facebook, etcétera.
Es una pena que no exista el cañu del Fontán para que todos, sobre todo nuestros políticos, doblaran el espinazu para beber y así hacerse más ciudadanos de a pie, como antiguamente. O que volviera Manolín el Pinzu y nos diga las noticias otra vez en su gorra. Manolín, ¿quién soy? Tu, capitán, y yo, rey de España.
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