Preparados, listos, ...¡ya!
No han transcurrido muchas horas aún del fin de las consultas reales y ya estamos de nuevo en ese escenario cansino del atril y las ruedas de prensa, en las que los líderes, que han demostrado en mayor o menor medida su impotencia, o su capacidad, se señalan y se culpan del fiasco mutuamente. La celebración de elecciones generales el 26 de junio ya es un hecho. España, pues, queda abocada a las urnas.
Ciertamente, les ha faltado tiempo para situarse en la parrilla de salida. Pocas horas después de que Felipe VI comprobara que no había un candidato con los apoyos suficientes para ser investido presidente, todos los líderes políticos sin excepción han comenzado, de manera más o menos subrepticia, la campaña electoral. Y decimos campaña porque algunos de ellos llevan en precampaña desde la misma noche del pasado 20 de diciembre, cuando se supo que la aritmética parlamentaria no iba a poner nada fácil la conformación de un Gobierno estable.
Esta constatación significa, sin duda, un generalizado fracaso. Y la primera consecuencia va a ser --de hecho, ya la estamos padeciendo-- que pasaremos un mínimo de siete meses con un Ejecutivo en funciones, imposibilitado para tomar ninguna decisión de calado en un país con innumerables frentes abiertos. La crisis económica no está cerrada; las cuentas públicas son un desastre; la situación de exclusión social se acentúa; la hucha de las pensiones se vacía y, por si fuera poco, la corrupción lo desborda todo.
Los partidos políticos, aunque no se atrevan a verbalizarlo expresamente, con su incapacidad de acercamiento, les dicen a los ciudadanos que se han equivocado al votar y que deben reconsiderar su voto.
Puede que entremos en una etapa en la que no asistamos a nuevas propuestas, ni siquiera a un relevo de los líderes que han fracasado, sino a una retahíla de acusaciones cruzadas sobre quién ha de cargar con la culpa de todo lo sucedido. Y unas encuestas que, dicho con mucha cautela, visto lo cambiante de los acontecimientos, en estos momentos no reflejan grandes alteraciones en el escenario político tras el 16-J.
La situación es muy compleja en lo interno, pero, además, deja a nuestro país en muy mal lugar entre sus socios europeos. España está desaparecida en el concierto internacional. No hemos tenido voz firme en la crisis de los refugiados; Barak Obama ha desistido de realizar su primera visita a nuestro país, alegando el vacío de Gobierno y, por descontado, no sabemos quien deberá sostener el timón para enderezar la deriva del déficit que Bruselas nos exige.
No es momento de señalar a nadie en concreto, es más bien tiempo de reflexionar. A los ciudadanos les vuelve a tocar asumir la responsabilidad de la que otros han renunciado. Y la mejor muestra de ello, aunque lo hayan puesto difícil, es volver a las urnas de forma masiva.
Por tanto, ¿qué nos queda pues para el resto de la campaña? Pues más de cincuenta días de dimes y diretes, ofertas y contraofertas; eso sí, disculpas y mea culpa, las justas y necesarias.
¡Ah, las promesas de siempre en campañas, ante notario!
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