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De necedades y miserias políticas

3 de Mayo del 2016 - Martín Montes Peón (Oviedo)

Al parecer, la maltrecha y depauperada caja de la Hacienda nacional tendrá que endeudarse en unos trescientos millones de euros más para cubrir los gastos que generará la convocatoria de unas nuevas elecciones generales. Parece también que el motivo principal por el que hay que repetirlas sólo unos meses más tarde de las anteriores es por la manifiesta incapacidad de una pléyade de políticos para acordar nada, dialogar menos y cobrar mucho, aunque también cabría deducir que todos los supuestos líderes nacionales, todos sin excepción, pretenden trasladar al elector el mensaje de que se han equivocado a la hora de depositar su voto en las urnas.

Y en cierta medida, a fe cierta que comparto ese criterio. Lo comparto, porque a la vista del fracaso de sus intentos por llegar a acuerdos, aunque estos fueran mínimos, es evidente que el pasado mes de diciembre deberíamos haber dejado vacías de votos las urnas, porque realmente los candidatos que poblaban las listas de las diferentes formaciones políticas han demostrado ser unos auténticos inútiles. Demostraron también que sólo les mueven los intereses partidistas, cuando no personales, y, por demostrar, han dejado demostrado de la manera más palmaria que están muy lejos de merecer el acta de representantes de la ciudadanía.

Si como todo hace indicar seremos llamados a votar nuevamente en el plazo de unos dos meses, sería de justicia que ninguno de los actuales y efímeros diputados/as volviera a formar parte de lista alguna, pues a la vista de la incapacidad manifestada, no existe la menor garantía de que en esta nueva ocasión que se les presenta vayan a recobrar la sensatez, la capacidad de diálogo y la disposición real de trabajar en beneficio de la comunidad. Carecen de la menor legitimidad para repetir en sus respectivas candidaturas, desde el mismísimo presidente del Gobierno hasta el último de los electos en diciembre. Carecen de legitimidad y de dignidad aquellos que, como don Mariano, se han dedicado a permanecer inmóviles como si el tema no fuera con ellos. Carecen también de ello quienes, como don Pedro y don Alberto, han jugado a un juego de entrenamiento del personal sin el menor atisbo de llegar a ningún puerto. Y, por supuesto, carecen también quienes, como don Pablo, tan sólo se han dedicado a lanzar mensajes huecos y excluyentes, en medio de una prepotencia narcisista y maleducada dignas del estilo más rancio del estalinismo.

Por desgracia, las esperanzas que muchos electores habíamos puesto para acabar con un bipartidismo viciado y perverso, dando cabida a formaciones políticas de nuevo cuño, es evidente que han sido cercenadas con una rapidez asombrosa. La operativa, los modales e incluso los "vicios" tan arraigados en no pocas facetas por quienes, como los nuevos, se cansaron de predicar que venían para regenerar el panorama político. No existe gran diferencia entre los unos y los otros, entre los que llevan décadas de apoltronamiento y los que parece que pretenden seguir la misma estela, porque, sencillamente, adolecen de valores tan elementales como son los de la generosidad, el diálogo, el interés general, la educación, el respeto e, incluso, el consenso, por mal que les suene esta última palabra, al confundirla erróneamente con la etapa de la llamada Transición. Negociar, llegar a acuerdos significa apearse de la estúpida idea de creer que cada uno de ellos ostenta el patrimonio de la verdad. Negociar y acordar significa tener claro, y como único objetivo, que hay que empezar por ceder para que los demás cedan, sin que ese acto de coherencia represente la humillación de nadie ni la renuncia a los principios que cada cual tenga, si es que los tuvo alguna vez.

Llegados a este punto, sólo cabe concluir que fue cierto que fuimos muchos los electores los que nos equivocamos en diciembre. Nos equivocamos, fundamentalmente, porque creímos que había no pocas etapas que los españoles ya habíamos superado y enterrado convenientemente y que se podría esperar un nuevo tiempo político. Quizá nos equivocamos también porque confiamos en que los nuevos partidos podrían llegar a aportar un plus de cordura a un sistema cercado por demasiados frentes abiertos y muy poco edificantes, por cierto. Y seguramente nos equivocamos al concebir demasiadas esperanzas en que la convivencia entre lo viejo y lo nuevo bien podría sentar unas bases inspiradas en un nuevo estilo de hacer política desde unos parámetros éticos que beneficiaran al conjunto de la ciudadanía. Pero qué le vamos a hacer, no pudo ser. No queda más remedio que plegarse nuevamente a los dominios de la desesperanza y huir como gato escaldado de esta tropa de políticos instalados en la más absurda de las intolerancias.

Eso sí, por decoro propio, este humilde escribiente les pediría a todos ellos que hicieran el favor de dedicarse a cualquier menester que no tenga que ver con la política, por más que represente lo mismo que pedirle peras al olmo, ya que sobran argumentos que certifican su impericia más grotesca para todo lo que no sea cobrar un salario de todos los ciudadanos que han estado muy lejos de ganarse. Y esto último no es una amenaza, que sí una afirmación. Como es previsible que cualquier crítica les suene a música celestial y que despreciarán cualquier aportación, que no consejo, sepan que seremos muchos los que les retiraremos nuestra confianza para pasar a engrosar de nuevo el batallón de la abstención. Se lo han ganado a pulso.

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