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Nuevas elecciones, ¿fracaso u oportunidad?

3 de Mayo del 2016 - Luciano Hevia Noriega (Arriondas)

Existe una opinión bastante generalizada acerca de que la repetición de elecciones es un fracaso y un bochorno, con consecuencias negativas para el país en cuanto a credibilidad y estabilidad. Para variar, no estoy en absoluto de acuerdo: creo que, en la situación en la que nos hallamos, la repetición de elecciones es el menos malo de los escenarios posibles. Desde luego, mucho menos malo que cualquier gobierno a conformar que incluyera a PP o PSOE en posición dominante o mayoritaria, reincidiendo en sendas ya transitadas que se han demostrado nefastas. Es posible que los tengamos que volver a tragar después del 26-J porque los números les permitan ocupar el poder, pero entiendo que los nuevos no hayan querido ponérselo tan fácil.

Creo que la repetición de elecciones es lo menos malo porque, al contrario que tanta gente, me hubiera resultado muy sorprendente que posiciones de partida tan alejadas entre sí pudieran encajar satisfactoriamente teniendo como objetivo lograr un acuerdo de legislatura donde se habrían de adoptar decisiones que nos afectan a todos. De hecho, la ausencia de acuerdos me parece coherente con el discurso habitual de los partidos en liza y los dota de cierta credibilidad, porque, con todo lo que cada uno ha dicho de sus adversarios, ¿alguien entendería que ahora se olvidaran de eso para repartirse unos sillones? ¿El PP gobernando con los antisistema y ruines del PSOE? ¿El PSOE con los indecentes del PP? ¿Podemos con la castuza del PSOE? ¿El PSOE con los populistas de Podemos? Los epítetos no son míos, son solo algunas de las lindezas que se han dedicado entre ellos no hace tanto tiempo. Por tanto, me parece lógico que no haya habido componenda. Que casi todos aceptemos el teatrillo y el postureo como inherente al juego político no significa que de buenas a primeras haya que tragar con todo para pisar moqueta y tengo la sensación de que buena parte de los que ahora se indignan por la falta de acuerdos montarían igualmente en cólera de haber asistido a extraños matrimonios de conveniencia.

Por otra parte, de cara a los electores nos pertrecha de nuevos elementos de juicio a la hora de decidir nuestro voto, ya que hemos podido asistir como privilegiados espectadores al comportamiento poselectoral mantenido tanto por las dos fuerzas que se han venido repartiendo el poder durante los últimos 35 años como por las fuerzas emergentes y el resto de partidos minoritarios. Así, dependiendo de si hemos visto decepcionadas o no las expectativas depositadas según el sentido de nuestro voto, podemos ahora refrendarlo o cambiarlo, algo que no resulta posible cuando los partidos (sobre todo los que ocupan el poder) defraudan lo que sus votantes esperan de ellos apenas abandonan el colegio electoral, sumiéndolos en cuatro años de contrición, arrepentimiento y propósito de enmienda hasta la llegada de esos catárticos nuevos comicios que inaugurarán un nuevo tiempo donde serán otros los que los decepcionen (y así sucesivamente, en secuencias de dos legislaturas, según parece).

¿Corremos el riesgo de enredarnos en un proceso nuevo (y no barato) para que los resultados nos aboquen a un panorama muy semejante al actual? Sí, es un riesgo real, sobre todo a tenor de lo que dicen las encuestas (aunque también conocemos la escasa fiabilidad de estas en nuestro país), pero el equilibrio de fuerzas es tan endeble que cualquier mínima variación, bien en el sentido del voto, bien en el nivel de participación, puede alterar la foto final lo suficiente para que el escenario se nos presente como novedoso. Evidentemente, todos intuimos que los pasos a dar por parte de los protagonistas serían muy distintos a los ya vividos si la suma de PP y CS arrojara suficientes diputados para gobernar o si una hipotética coalición entre Podemos e IU consiguiera el sorpasso sobre el PSOE, otorgándoles una iniciativa negociadora que hasta ahora no han tenido.

Resumiendo, que por mucho que los propios protagonistas avalen la teoría del fracaso, a mí no me parece tal. Al contrario, esta inédita situación es un síntoma sano de la irrupción de nuevos actores y otras formas de entender la acción política (sí, vale, se parecen bastante a las viejas) e introduce un cierto interés (tampoco mucho, no hay que exagerar) en el viciado aire que estábamos acostumbrados a respirar por estos lares. Eso sí, después del 26-J, con o sin matemáticas, todo Dios a entenderse, porque lo poco agrada, pero lo mucho enfada. Y encabronados, en este país, ya tenemos bastantes y con sobrados motivos.

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