"El castillo de San Martín. Paso de ronda"
Acabo de recibir de doña Yolanda Fierro Eleta un hermoso libro cuya edición se ha llevado a cabo bajo mecenazgo de la misma. Se titula el libro "El castillo de San Martín. Paso de ronda". La autoría de este logradísimo ejemplar se debe a mi buen amigo el poeta Ángel Fierro y al fotógrafo Manuel Martín. Es un libro esplendorosamente editado y que constituye toda una fruición para el espíritu, por lo que no puedo menos de volcarme en loores para su editora y para sus autores.
Me he sumergido en su lectura sin poder dejarlo ya de mis manos. Ininterrumpidamente fui rastreando los avances que el texto ofrece. Fierro, mi querido Ángel, es exquisito literato y consumado poeta y todo ello constituye la mejor urdimbre para el texto tan depurado que nos ofrece. Su estilo es ágil, suelto, cuidado, sin rebuscamientos, casi coloquial a las veces, cargado de sentires y decires de subido calibre poético siempre.
Mi amigo Ángel es amante de las tradiciones, de los rasgos ancestrales en sus expresiones, con lo que el encanto -in cantu- de su poesía se intensifica. Su “El Castillo de San Martín. Paso de ronda” es un libro para la fruición y el disfrute de su texto y de los maravillosos paisajes que ofrecen las fotografías que lo ilustran. Es un libro para la vivencia callada y entusiasmante.
En su libro, el autor, Ángel Fierro, hace sobreabundar la Historia y las historias de sus personajes y de los pueblos, a que nos ayuda a asomarnos, en fugaces pinceladas. Es un libro para gozarse con la toponimia de sus lugares, con la etnografía de sus gentes, con las costumbres de esos pueblos, que acabas haciendo muy tuyos, con la idiosincrasia de esos ámbitos que se te revelan como previamente nunca explorados.
Y en ese libro tan logrado, cual criatura que se expande y se difunde por doquier, perennemente omnipresente, siempre el agua, esa agua que el lector añora transparente, pura y cristalina, fluyendo, desde la creación primordial, de las fuentes de La Nalona. Agua, que el hombre, con el progreso también bendecido por Dios, ha, con todo, contaminado, ha manchado, ha enturbiado, para retornar de nuevo, como lugar apto e inédito, a nuevo modo de pesca, la pesca del carbón que, insólitamente, pescaron tantas familias, de que también muchos hicieron medio de vida: así en flujo permanente -río y mar- (el mar, la mar), compartido por siglos en Bocamar, donde ya es imposible elucidar si aquello es río o es ya mar. Así, lentamente, pausadamente, quedamente, se va deslizando, cual fresca agua, por entre los dedos, el libro de Ángel, sin nunca cesar.
Subtítulo: Un libro añejo con visos de novedad
¡Cuán bellamente sabe Fierro, poeta de nombradías, de ponerse a la tarea de recuperar vida -mediante la palabra que es saeta o parabolé- para los oficios que en el río o en el mar, en la tierra complementadora de alimentos y manjares que ella es capaz de, en generosidad desmedida, proveer para alcanzar a ser vida y jugo de existencias, para los moradores, cuyo asiento se hallaba sobre las tierras de las riberas del Río, así sí, con mayúscula, del padre Río Nalón, que también surtía y proveía de lo que, con peligros innúmeros, cual sustancia vivificadora, era cuanto no abarcaba a generar para las bocas de los más pequeños el mar!
Quien, como en el caso de Ángel, nuestro amigo, se arriesgue a escribir del mar o de la mar, que se abre a la tierra omnipresente, en los pequeños puertos pesqueros -podrá ser Castropol o Navia o Puerto de Vega, o Luanco o Candás o San Esteban de Bocamar, o Avilés o Tazones o Lastres o Ribadesella o Llanes- nunca podrá obviarse de los contratiempos innumerables que genera la osadía de confiarse a la mar, con sus tormentas o galernas o naufragios o temporales o golpes de mar, que con su fuerza arrolladora e incontenible, frente a las insignificantes y exiguas fuercecillas que el hombre puede oponer para resistir a la bravura de la tempestad. Las barquecillas frágiles o los débiles barcos de pescar, poco importa que sean pequeños o grandes, no serán para el mar o la mar otra cosa que cual impotente cascarón de nuez, que el mar acabará un día haciendo zozobrar, traduciendo a números de infinita tristeza los cuerpos que, inmisericorde, se tragó el mar, en el fragor de la catástrofe y del peligro que el hombre no alcanzó a superar.
Pesca del bonito o del atún, pesca de todos los peces, cuyos nombres nos suministrarían a paladas los viejos lobos de mar, pesca de la angula o del carbón en esa como tierra de nadie, de la que no es posible elucidar si el río es todavía río o si ya es el mar. El autor, Ángel Fierro, quiere limitar su papel a ser cronista, a reflejar hechos, circunstancias y avatares, haciéndote de guía -palabra que encandila- hasta aproximarte o meterte dentro o sumergirte allí donde ha puesto su meta, en los hondones de El Castillo de San Martín y su paso de ronda, reviviscencias y reminiscencias para Ángel, hechas logro cual de una pesca milagrosa y sacadas a flote a través de sus investigaciones.
Así, tanto fruto no de sus pesquisas sino más bien de su pesca, hurgando en los hondones de la memoria, la propia y la de los otros, tan prolífica para ponerse a historiar, así va hilvanando su hermoso libro nuestro autor: los diecisiete “Santos” de la procesión de La Arena, la oración a San Telmo, creada y recitada por los labios del insigne vate nicaragüense, el Rubén Darío de inmortales resonancias, que, por aquellos pagos tuvo casa donde morar y unirse en el fervor de quienes formaban casi con él un pueblo, escribiendo en cuidados caracteres, tras los vitrales de su cristalera, su oración y plegaria al patrono de pescadores, de marinos y de navegantes, de los hombres, en cifra y resumen, de la mar o del mar. Así sería, en un “nunca acabar”, cuanto, sensible a la belleza, en un incesante va y viene, alcanza a desgranar, ante nuestros extasiados ojos, Ángel Fierro, nuestro amigo cordial, después de reflexivo acto de incesante libar cuantas hermosuras y estéticas se contienen en aquella bendecida tierra, sembradas como a voleo, desde los instantes primevos de la creación, cual si se tratara del primitivo paraíso terrenal.
"El Castillo de San Martín. Paso de ronda" no es un libro más: es un Libro, el Libro del Castillo de San Martín, que Ángel Fierro, magistralmente, bellamente, con su verbo ungido de estéticas sin fin, nos ha ayudado, en evocación cálida y cariñosa, a ponerlo ante los ojos atónitos de cuantos amamos y nos complacemos en las conquistas del arte, en la belleza y en las bendiciones de Dios. Gracias, querido Ángel, por tanto disfrute, por tu gran regalo, por tu amistad.
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