Demasiado corazón
Demasiado temprano fue ayer demasiado tarde. Comenzamos la jornada laboral en el hotel y nos enteramos que Julio Cadenas nos había dejado. Temprano, muy temprano para un viaje que no se mide en el tiempo. Tarde: tarde para poder despedirnos. En el hall del hotel nos invade una sensación extraña. Me siento como si llegara a la plaza de un pequeño pueblo al anochecer, cuando a lo lejos se escucha aún el rumor de los niños que jugaron en ella. Era el más grande entre nuestros clientes. Murió. Demasiado corazón. Cuesta imaginar que ya no entrará por nuestra puerta como un volcán, un fulgor dorado en la mirada y en la sonrisa que anuncia el amanecer; iluminando la sombría entrada al hotel y saludándonos vehementemente: pero sólo para engrasarnos y hacernos arrancar, porque era generoso y le gustaba ver alegres a los que tenía alrededor. Nadie se libraba del contagio de su fresca sonrisa y de su vitalidad. Cuando a lo largo del tiempo te encuentras con este escaso tipo de personas, con esta especie en extinción, sabes que lo que queda es observar, disfrutar de su compañía, atarte bien los cordones de las botas y acomodar en un buen rincón de tu memoria toda la fuerza que los elegidos te supieron transmitir. Y seguir en el camino. Un recuerdo del hotel.
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