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Sobre gárgolas, bajantes y parquímetros

8 de Mayo del 2016 - Ana M. Primo de la Torre (Gijon)

Por estas latitudes llueve, nunca de forma torrencial, pero sí podemos asegurar que lo hace con una constancia de la que los asturianos nos solemos quejar en nuestras conversaciones de ascensor.

Ésta es razón suficiente para que algunos gremios reflexionemos a menudo en cómo llevar el agua de lluvia de un tejado al suelo de la mejor forma posible.

Yo me declaro totalmente partidaria de las gárgolas, estos elementos arquitectónicos ya estén decorados o no; tienen una actitud un tanto grosera y poco cívica, lanzando exactamente la cantidad de agua que la meteorología haya tenido a bien verter sobre su cubierta, sin miramiento alguno, allá lejos. Se la quitan de encima y dejan que la gravedad haga el resto, sin siquiera la mínima precaución de un ¡"agua va"!

Si nos pilla pasando distraídos por debajo, quizá no percibamos su magia, probablemente en nuestras atareadas jornadas no haya sitio para disfrutar un chorrito de agua helada sobre nuestras cabezas, pero el paseante atento puede ver las gotitas mágicamente flotando en el aire hasta llegar a estrellarse contra el suelo, a veces es un chorro caudaloso de agua cristalina el que practica caída libre. Ellas son así, si llueve ahí están expresando su función sin ningún pudor, salpicando, molestando, como lo hace la propia lluvia.

La comodidad las ha hecho casi desaparecer de nuestras vidas, el agua tiene esa manía de mojar y a menudo esto resulta molesto; desde luego, nada ha tenido que hacer el gremio de las gárgolas frente al de las bajantes en cuanto a todo lo derivado de preservarnos de las incomodidades de la lluvia, ya que incluso la bajante más humilde y avejentada cumple de forma impecable su misión de conducir sigilosamente el agua de la lluvia de su tejado a una arqueta bajo tierra, sin que apenas nos percatemos de lo que ocurre ahí dentro. Podemos pasar distraídos a su lado sin una mínima salpicadura, sin saber que existe, sin saber que el agua del tejado está pasando a nuestro lado. Esto ofrece innumerables ventajas en nuestras ciudades, claro está, pero qué pena de gotitas flotantes conducidas por un oscuro conducto de material plástico.

¿Y qué pasa si colocamos un parquímetro debajo de una gárgola? Pues pasa que nos sorprendemos pensando que claramente ese parquímetro fue instalado en un día soleado; que a lo mejor habría una forma menos dolorosa de incitar a los ciudadanos a cumplir con las ordenanzas municipales; ¿qué fue antes, la gárgola o el parquímetro? O quizá se trata de la iniciativa del gremio de las gárgolas queriendo reivindicar su olvidado papel de salpicar a los ciudadanos más despistados. Tristemente, me decanto por la aburrida opción de que quien planificó la ubicación del parquímetro no miró hacia arriba en el momento de hacerlo, aunque quizá cabe la posibilidad, algo más remota, de que fue un maestro cantero, con visión de futuro y mala idea, quien decidió colocar la gárgola justo encima del lugar idóneo para colocar una máquina del futuro para cobrar aranceles a los carros sin caballos por estacionarse ahí... ¡Quién sabe! Desde luego, algo tan propio de José Luis Cuerda como colocar un parquímetro bajo una gárgola a mí me ha dado para un rato, y si has llegado hasta aquí, a ti, también.

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