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El programa y los piquitos de oro

9 de Mayo del 2016 - J. J. J. Suárez González (Gijón)

Un gran reto tiene ante sí el bipartidismo: convencernos de que lo negro es blanco y de que las mentiras son verdades. Para eso ya no sirven los viejos personajes enfangados de corrupción hasta el cuello y que nos han estado vendiendo la moto durante años; los españoles ya los tenemos muy vistos y ya no pueden engañar a nadie. Por eso, tanto el PP como el PSOE, apoyados por sus potentes aparatos mediáticos, han apostado todo a la verborrea de sus piquitos de oro. Mientras los socialistas delegarán el mayor peso de la campaña electoral en su secretario general, Pedro Sánchez, y en la presidenta de Andalucía, Susana Díaz, los populares no han encontrado mejor opción que el joven responsable de comunicación (así se llama ahora a la propaganda), Pablo Casado.

Yo siento una especial animadversión por los políticos que parecen charlatanes de feria, los que nos quieren vender sus bobadas como si fueran crecepelos y elixires de la felicidad. No me gustan sus risas continuas, ¿se reirán de nosotros?, y esa mirada que deja traslucir sus patrañas. Me gustan más los políticos malencarados, los que son conscientes de nuestros problemas, los que dan más importancia al programa que a la sonrisa Profidén.

¿Alguien se acuerda de lo que prometieron los líderes políticos en la pasada campaña electoral para los comicios del 20 de diciembre? Mientras que los aparatos de propaganda de los partidos cuidan la imagen de sus candidatos y los formatos de los debates mirándose en el espejo norteamericano, donde, hasta que apareció en campaña el senador Sanders, el programa político era lo de menos, en España tenemos un mirlo blanco que, aunque ya no está en la política activa, siempre insiste en lo de programa, programa, programa. Cuando presentó su manifiesto político "Somos mayoría", Julio Anguita sintetizó el programa político en diez puntos, diez medidas imprescindibles y concisas; pero hay ejemplos históricos donde la síntesis programática todavía fue mucho mayor. Vladimir Ilich Ulianov, el líder de los bolcheviques rusos, hizo campaña con sólo tres promesas: paz, pan y tierra. En un país que se desangraba en la Primera Guerra Mundial, donde la gente se moría de hambre a millares y donde la tierra estaba en poder de una nobleza que exprimía a los siervos como esclavos, Lenin tuvo la inteligencia de saber resumir. Pues bien, en España todavía podríamos ir más lejos en la concreción y se podría hacer campaña con sólo una propuesta: que los ricos paguen sus impuestos.

El mayor enemigo del que no lleva nada en las alforjas son sus propias palabras. Cuando le preguntaron a Pablo Casado por la reforma educativa, imperativa en un país donde el fracaso escolar y el divorcio entre la educación y las necesidades de las empresas son manifiestos, el responsable de comunicación del Partido Popular se despachó diciendo que habría que enseñar otras cosas en vez de los ríos o quiénes fueron los reyes godos, como si el conocimiento de nuestra geografía y nuestra historia no fuera necesario para saber quiénes somos y proyectar lo que queremos. Quédense otros con los piquitos de oro mientras yo me quedo con el programa, cuanto más breve y más ajustado a la realidad, mejor.

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