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El pecado de la paloma

12 de Mayo del 2016 - Sara Alvarez (Avilés)

Dios eligió a la paloma como símbolo de la paz. Fue utilizada como mensajera durante la primera guerra mundial. Cher Ami, una columba livia hembra, ayudó a salvar al batallón perdido de la 77 división en el año 1918, incluidos a 194 supervivientes, convirtiéndose en toda una heroína. ¿Qué es, entonces, lo que ha ocurrido de repente para que se haya desatado entre la población esta inexplicable colombofobia? Se las captura y extermina, se castiga con multas desorbitadas a los pocos que aún quedan con corazón y se preocupan por alimentarlas y que no mueran de inanición, y a nadie parece temblarle el pulso a la hora de no detener su vehículo ante una despistada e inocente paloma que cruza la carretera,

sorprendentemente incluso a las más educadas que tienen la delicadeza de hacerlo por el paso de cebra... Hemos de suponer que algo terrible debe de haber hecho esta especie para ser tan odiada, y descubrimos que eso tan malo, tan catastrófico, es algo que nadie ha hecho jamás, algo insólito: defecar. Ningún ser vivo hace de vientre, por eso nos sorprende que las palomas sí lo hagan, y ese es el motivo por el cual son detestadas. Y lo veo lógico, ya que el ser humano es una especie increíblemente pulcra, que no vierte miles de toneladas de basura al año, que no escupe en el suelo, que no deja casualmente olvidada su vieja lavadora en medio de un espacio natural, que no tira pañuelos de papel usados en la playa y éstos terminan engullidos por especies marinas, que es incapaz de dañar el ecosistema y el hábitat de miles de animales en su propio beneficio o por mera comodidad. Tampoco dejamos nuestra huella en los montes en forma de envase de yogur o cáscara de plátano para dejar bien claro que el supuesto rey del planeta ha pasado por allí, y los incendios que

arrasan miles de hectáreas cada año son siempre casuales. ¡Ni se lo crean, señoras y

señores! El ser humano se cree con derecho a todo esto y a mucho más, incluido el decidir qué especies animales deben vivir o morir según el criterio especista propio de nuestra mentalidad como dueños del mundo que nos creemos ¡Eso sí, a esa maldita paloma que se cagó en la fachada hay que exterminarla!

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