En la mecedora
Chisporrotear es la palabra que me viene a la cabeza al tomar consciencia de mi situación: aquí sentado, en una mecedora vieja, mientras puedo ver los rojos y amarillos cambiantes en las siluetas de las llamas de la chimenea. Surgen en mi mente recuerdos de días pasados.
Tiene el pensamiento una extraña cualidad de transporte, de abducción. Es curioso considerar que la vida pueda tener dos vertientes para ser vividas: una exterior y otra interior (el mundo sensible y el mundo inteligible, que decía Platón).
En una disfrutas plenamente de las vivencias, de todo lo que te rodea, del momento, del ahora; eres enteramente sensible a lo que te transmiten tus sentidos.
En la otra, en la interior (la inteligible), profundizas o vagabundeas en tu cabeza, por ideas, por recuerdos, sentimientos o imaginaciones. El cuerpo se aleja de su capacidad de sentir y de oler, de tocar y de ver. Y la actividad del pensamiento ocupa toda la atención hasta el punto de que los estímulos procedentes de los sentidos parece que pasaran a formar parte de un lejano segundo plano, tan lejano que les desconecta por completo de la realidad cercana.
Esta continua transición entre lo externo y lo interno forma parte de la existencia de todos, es una característica común a las personas. Aunque es bien cierto que hay grandes diferencias entre la vida interior que puedan experimentar unos y la que otros son capaces de sentir. Por otro lado, existen individuos atrapados de forma permanente en su realidad más cercana, casi incapaces de hacer abstracción de nada que no sea lo concreto, torpes para la representación mental más humilde. Pero enteramente hábiles, en cambio, para cualquier trabajo manual, exitosamente capacitados para toda actividad que requiera un contacto cercano con el mundo físico.
Estas personas, tan apegadas a lo circunstancial, a la realidad que las rodea, tienen, en algunos casos, una inferior disposición para lo mental. Pensar, y sobre todo si es profundamente, les aburre. Escuchar una conferencia, por ejemplo, les estorba. Tienen la sensación impotente de no poder ir más allá del sonido de las palabras, de que el mensaje les suene hueco, y pierden el significado y sienten disipado el hilo del discurso, del razonamiento, de la narración...
La profundidad personal, la capacidad de introspección es una cualidad que no viene dada, se debe trabajar, no es talento. El talento es cualidad sobrevenida al individuo por azar: le toca o no le toca a uno en el sorteo de la vida. En la introspección, el talento se manifiesta cuando en ese pensar hay genialidad, innovación en las ideas, raciocinio reflexivo, imaginación desbordada...
En este mundo interior de las profundidades personales puede surgir de todo: la búsqueda de soluciones a problemas filosóficos, personales, las preocupaciones por el trabajo, la composición de una ópera, la salud, el derecho a la libertad del Tíbet, la invención de un cuento para los hijos esta noche, la elección de una comida saludable para mañana...
Aun existiendo tan diferentes niveles de introversión, todo el mundo del pensamiento es, en cambio, un mundo ilimitado. Tanto como de ilimitado tiene el universo que tenemos sobre nosotros.
Quizá nuestra mente sólo es una pequeña copia del universo.
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