Y de repente, una fiscal
Acostumbrados a que se eluda la realidad bajo forzados giros terminológicos, vueltas y revueltas semánticas, argumentaciones alambicadas y retorcidas que amparaban siempre al ofensor y nunca al ofendido..., ¡y de repente aparece una fiscal y comienza a largar verdades! Verdades como puños, verdades que llaman a las cosas por su nombre, verdades más desnudas que las propias asaltacapillas de la Complutense. «Los no creyentes no tienen por qué imponer su forma de ver la vida a los demás... Es obvio que las señoritas están en su derecho de alardear de ser putas, libres, bolleras o lo que quieran ser, pero esa conducta realizada en el altar, espacio sagrado para los católicos al encontrarse allí el Sagrario, lugar donde según sus creencias se encuentra su Dios, implica un ánimo evidente de ofender y por ello apreciamos el elemento subjetivo del tipo del artículo 524 del Código Penal». Preguntada la condenada y modosa Rita Maestre respecto a lo anterior, contesta que «El nivel de los comentarios dice más de quien los escribe que de quien está tratando de hablar». Y aunque no resulta fácil entender las palabras de la portavoz municipal de Madrid, cabe coincidir que, en efecto, cada cual ha quedado retratado conforme a su nivel en este episodio. Y su retrato es muy chungo, porque mintió al negar que participase en el asalto, y encima sigue montándoselo de víctima ofendida y perseguida, cuando es ella quien ofendió, incapaz de asumir su error. A lo hecho, pecho.
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