In memoriam de César Martínez Miranda
Al acudir al trabajo en el Ayuntamiento de Grado el pasado jueves, día 5 de mayo, me entero del triste acontecimiento. Mi entrañable compañero César Martínez Miranda, aparejador municipal del Ayuntamiento de Grado, nos ha dejado para siempre tras sufrir, con ejemplar comportamiento, un irreversible mal.
Creo que fuiste de los primeros funcionarios que conocí en este Ayuntamiento, cuando me incorporé al mismo hace ya más de veinte años. Desde ese momento, tuvimos una buena relación de compañeros que fructificó en amistad sincera, más allá del trabajo.
Quiero decir, antes de continuar estas torpes líneas, que aún no llego a entender que te hayas ido de nuestra compañía, ahora que tenías la jubilación ya tan próxima. Cuesta creer que tu fortaleza de cuerpo y mente estaba a punto de quebrarse.
César nos demostró a todos sus compañeros de trabajo el modo de resistir los mazazos que la vida le iba dando –sin claudicar nunca– desde hacía unos nueve años en su propia salud, en los que tuvo que ir afrontando batalla tras batalla.
En el servicio de Urbanismo dejaste tu impronta de más de treinta años, tenías un verdadero control de los expedientes, una gran agilidad para emitir los informes. Sin duda que tu carácter fuerte imponía respeto a los interesados en los expedientes, pero una vez superado ese obstáculo siempre encontrabas alguna solución para el ciudadano.
Fuiste un gran amigo y compañero espléndido, y era un verdadero lujo trabajar en común contigo. No podré olvidar los toques o pinceladas técnicas que a veces me brindabas para acabar un informe o resolver un expediente.
También recuerdo las charlas en el servicio de Urbanismo, que comenzaban con la discusión de un expediente y terminaban con un análisis de la vida, alcanzando a veces un grado de vehemencia que provocaba que otros compañeros acudiesen para sumarse al debate. Y qué decir de aquella temporada en la que los viernes íbamos de vinos, etapa en la que tu cara expresaba con facilidad la sonrisa por las bromas y picardías de aquellas conversaciones.
No tuviste una familia que te arropase en el recorrido de esa cruel enfermedad, pero eso hizo que tus compañeros del Ayuntamiento nos volcásemos en compartir contigo todas las preocupaciones de los tratamientos que te dispensaban. Digno de elogio fue el apoyo que tu primo Pepe te dispensó hasta el último momento. Y qué decir de tu gran amigo Manolo, siempre junto a ti en los momentos difíciles.
El último día que te visité en la Residencia y en el que ya no cabía bromear, nos apretamos las manos en la despedida, intuyendo ambos que quizá ya era la última vez que nos veíamos. Pero aún así me dedicaste una mirada cálida y el símbolo de la victoria.
Al final, en el día de tu funeral, y con independencia de la tristeza de los presentes, tengo que mencionar que me impactó mucho la presencia de una niña de unos 20 años que lloraba desconsolada por ti. Era incapaz de reprimir sus lágrimas. ¡Cómo te debía de querer!
Quien tuvo la dicha de compartir tu amistad y disfrutar de tu compañerismo te va a echar mucho de menos y no te podrá olvidar nunca. Sólo nos quita un poco el pesar que sentimos por tu pérdida pensar que, sin duda, hayas alcanzado la paz y que, como creyente, te deseo de todo corazón.
Descanse en paz el hombre bueno que fuiste.
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