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Asturias, paraíso humano

22 de Mayo del 2016 - Eduardo García Álvarez (Madrid)

Soy un asturiano, originario de Soto de Ribera, actualmente jubilado, que he desarrollado mi vida de profesor, desde mediados de los setenta, lejos de esta entrañable tierra, primero en Alemania y posteriormente en Madrid, donde vivo en la actualidad.

Desde inicios de año, he fijado mi residencia aquí en Oviedo, para auxiliar a mi hermano, que encaraba la recta final de su vida, luchando contra un grave tumor.

Cuando pisé por vez primera el HUCA, se apoderó de mí un profundo desasosiego, imaginando todos los amargos días que me esperaban. Mi condición de vivir solo, desarraigado, contando con una reducida familia y unos pocos amigos, no era la ideal para encarar esta difícil etapa.

Pero se dio un sinfín de circunstancias que deseo relatar, como reconocimiento a todas las personas que coadyuvaron a que mis energías y entrega hacia mi hermano se mantuvieran incólumes.

La atención de los doctores/as tanto del HUCA como del Hospital de paliativos del Naranco –en la persona de doña María Jesús Virgós– y de la excelente residencia Sarquavitae –con la doctora doña Myriam Arias al frente–, así como de todos los enfermeros/as y trabajadoras sociales de las tres instituciones ha sido sencillamente inmejorable, con un alto grado de profesionalidad, siempre adelantándose a mis lógicas preguntas y adecuando su discurso a mi maltrecho estado de ánimo.

Llegados a este punto, deseo hacer un inciso. En los últimos días han aparecido persistentemente informaciones en la prensa de quejas, alguna tal vez muy justificada, sobre el trato recibido por parte del Principado en relación con la tramitación de los costes económicos ocasionados por la estancia de familiares en las residencias que gestiona el Principado. En mi caso se me informó minuciosamente del procedimiento, que consistía en detraer el 75 por ciento de la pensión de mi hermano –por cierto, muy exigua– comprometiéndome a abonar el resto, por un importe de 1.200 euros mensuales, cuando concluyera nuestra relación contractual. Así ocurrió, sin ningún problema, pues mi hermano era solvente, pero si no fuera el caso, yo asumiría los costes. Estoy absolutamente en contra del "gratis total". Vivo en la comunidad autónoma de Madrid, con una parte importante de la medicina pública privatizada, donde es muy difícil acceder a una residencia y cuando se consigue, se manejan cifras muy superiores. Cuando les cuento a mis amigos la situación en nuestra comunidad, les parece cosa de otro mundo.

En esta relación de gente buena con la que me crucé durante estos cuatro meses, no quisiera olvidar al capellán del Hospital de cuidados paliativos del Naranco, Salvador, al que por propia iniciativa me dirigí, con una actitud muy crítica, hacia un sector de la Iglesia institucional y hacia algunos de sus clérigos. Me pareció una persona muy formada, natural, accesible, con una gran dosis de empatía. Un dato no baladí es que se acerque a los enfermos vestido con la bata blanca de los profesionales, siempre irradiando luz y esperanza, sin oscurantismos. Su condición de profesor jubilado, prestando sus servicios como voluntario, contribuyó a que entre nosotros hubiera una fluida comunicación.

Concluyo todas estas referencias mencionando a Roberto Hevia, perteneciente al grupo de amigos incondicionales de mi hermano en Santolaya, que, desempañando en la actualidad la jefatura del cuerpo de Bomberos de la localidad canaria de Maspalomas, se desplazó ex profeso para despedirse de mi hermano antes de fallecer. No he conocido en mi vida una prueba tan clara y conmovedora de amistad, en este mundo frenético y egoísta en el que vivimos.

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