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Materializar esperanza

23 de Mayo del 2016 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

Materia y antimateria se abrazan en una colosal conflagración. Un exceso de materia rebosa el equilibrio y, liberada de la transformación, crea este universo. En las noches, legionarios de la antigua Roma miran las estrellas desde el Campo de Marte y se preguntan si alguna vez alcanzarán la gloria de una corona de hierba. Una corona de espinas, hecha por un legionario para una crucifixión, cambió el mundo. Tres siglos después el imperio se convierte y se hace cristiano: el emperador deja de aspirar a ser Dios para ser rey por mandato divino que confirma el Papa. Siglos después, las colonias de América del Norte revolucionan para volver a ser Roma y, haciéndose república, proclaman su libertad para ser una sociedad laica, no antieclesiástica, y democrática. En la Inglaterra actual, donde la reina sigue siendo cabeza de su iglesia, «Sadiq Khan, de ascendencia paquistaní y religión musulmana, ha sido elegido alcalde de Londres». También el cristianismo debería haber revolucionado al modo de las primeras comunidades librándose del lastre imperial. Norteamérica se hizo imperio confirmando que hicieron bien su revolución a Roma y, el mundo, proclama con arrogancia al dinero como dios imperial: amo y señor de la dignidad humana. Una dignidad a la que esclaviza con avaricia y especulación: las personas no cuentan, su libertad menos. Algunas personas ansían ser felices bajo el sensacionalismo que impera en el mundo, ansiando poseer inutilidades que hacen opaca toda su existencia. Se debe ser humanidad hacia otros, ser amor que libera dando y no rencor que esclaviza quitando, pero: ¿cómo se va a dar libertad y amor si hay quien ve rechazable la vida de afecto de personas divorciadas hacia otras? Desde el Edicto de Milán del 313 no acabamos de comprender que, para más inri, sobre su cruz había un letrero que decía: «Jesús de Nazaret, rey de los judíos», alegato como causa y motivo. Aquel que se ponga como primero, mejor haría en ponerse el último para servir afecto y no impedir recibirlo a quien lo busca.

La mar mediterránea, semilla de civilización judeocristiana, es ahora tumba de ahogados en la desesperanza: vinieron a buscar refugio porque el mundo no supo evitarles la miseria de guerra y terror que se abatió sobre sus hogares. Europa debería ser capaz de rebosar humanidad y materializar un universo de colaboración sobre tanta historia de destrucción y muerte, incluso sobre sus ciudadanos. Pero ni se prepara para ello ni lo hace. Al imperio del dinero le interesa Europa como medio y a la Europa dominante el poder del dinero: es una mal aspirante a imperio. En esta nefasta crisis, las personas no necesitan la persecución de símbolos religiosos o políticos, sino respetar aquellos que nos unen para materializar vías de progreso con trenes hacia zonas donde poder poblar civilización, dar refugio y hacer brotar prosperidad: todo un medio para salir adelante permitiéndonos ser, para que rebose el índice de natalidad.

Desde el 20-D hemos asistido a un total desprecio a los ciudadanos, pues se llega a la ingobernabilidad por y para excluir a otros. Hay que analizar tanto rencor y búsqueda de la exclusión del otro para ir a votar el 26-J y, ¡oh paradoja!, excluir a los excluyentes sin acritud alguna. Si la abstención gana, deben saber que son unos inútiles, pues ¿cómo es posible que habiendo tanto trabajo por hacer siga sin hacerse sin conseguir el pleno empleo?

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