Banderas, vaya tela
Ahora que se han acallado los ecos del tema de las banderas, banderolas y banderines en el estadio quisiera aportar una reflexión que me inquieta. En pleno fervor ante el atropello que la autoridad estaba a punto de cometer contra la libertad, una agrupación catalanista proponía distribuir banderas escocesas que en ese momento no estaban prohibidas. Como respuesta original no tengo nada que aportar, me pareció una idea excelente, irreverente y original. Otra cosa es que trascendió que la inspiración de la cosa les venía, entre otros canales, por la película Braveheart.
Uno espera que las cosmologías que resuman o compendien cualquier ideología deberían sustanciarse en amplios conocimientos, contrastados estudios, reflexiones y erudición que inspirasen el mejor de los diseños posibles. Apelar a una película taquillera, hollywoodiense a rabiar, cuyo verismo histórico es bastante menos que precario da la medida intelectual y cultural de quienes andaban detrás del asunto. Esa peli, en cuanto a acción, mamporros y acaso fotografía es pasable. El resto es tan ficción, o más, que La Guerra de las Galaxias. Baste decir que los nacionalismos, incluso el escocés siendo de los más antiguos, no son ni por asomo invento de la época retratada, es tan anacrónica esa propuesta como la estética futbolera de los actores y hasta los kilts que se implantarían bastante tiempo después. Faltaron, para redondear, unos postes telegráficos en alguna panorámica, que sé yo
Qué osada es la ignorancia. No sólo algunos nacionalistas actuales pretenden cambiar la historia a su conveniencia. Sino que algunos cantamañanas, sin haber leído ni los prospectos de la sal de frutas, se erigen en referentes regionales. Lo de las banderas escocesas, o pernambucanas, hubiera estado bien. Lo de la inspiración barata de una peliculilla del tres al cuarto define una pobreza intelectual mucho más que preocupante. Algunos, al parecer, son muy catalanes y mucho catalanes. O sea.
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