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Economía iceberg

10 de Noviembre del 2009 - Constantino Díaz Fernández (Oviedo)

En los últimos años hemos sido testigos de muchas manifestaciones que, promovidas por diversas organizaciones sociales, han tenido como denominador común la reivindicación de los derechos laborales de los trabajadores. La recientemente celebrada en Madrid, con el lema de por un trabajo decente, se ha cerrado, por el momento, la serie. No deja de ser lamentable, o cuanto menos curioso, que sea necesario dedicar tanto tiempo y esfuerzo en reclamar derechos que nuestra Constitución consagra y el Estatuto de los Trabajadores regula. Si disponemos de una legislación adecuada que establece, de forma clara y concisa, el marco de las relaciones laborales entre trabajadores y empleadores, ¿dónde está el problema?, ¿qué es lo que falla?

Es sobradamente conocida la demanda de los empresarios y su empeño en conseguir una reforma del actual mercado de trabajo, modificando algunos aspectos que pueden estar dificultando la contratación de nuevos operarios. Es lícito que se pretenda conseguir el mayor nivel de productividad y competitividad de las empresas, máxime dentro de una economía cada vez más globalizada, y que para ello se demande una cierta flexibilidad en el sistema, pero no lo será tanto si el esfuerzo necesario para ello repercute, exclusivamente, sobre los trabajadores, que es la parte más débil y sensible de la cadena productiva. En una situación como la actual, en la que la demanda de trabajo supera ampliamente a la oferta, convirtiendo a éste en un bien escaso, altamente preciado, no es de recibo que algunos astutos patronos, no pocos, con un pobre bagaje ético y moral, se aprovechen de esta coyuntura para practicar todo género de tropelías, tomando como víctimas propiciatorias a sus trabajadores. Aquí es donde radica una parte importante del problema, y donde falla la capacidad, dando por supuesto el interés, de las autoridades laborales y sindicatos representativos para atajarlo.

La exacerbada labor especulativa, que no empresarial, de algunos desaprensivos ambaidores es la que está emponzoñando el mercado laboral, convirtiendo al necesitado y desprotegido trabajador en poco menos que un siervo. La economía sumergida, perniciosa para los más elementales derechos de los trabajadores, y la no menos deleznable semisumergida (economía iceberg, en la que bajo una aparente legalidad se esconde una auténtica explotación al trabajador), son claros exponentes de lo manifestado.

En un amplio espectro de actividades, básicamente localizadas en la pequeña empresa, que, a su vez, es la gran generadora de empleo, se están formalizando contratos de trabajo a tiempo parcial que encierran una trampa sutil, atrapando al trabajador en una encrucijada de la que, en muchos casos, por perentorias necesidades económicas, le resultará muy difícil salir. Frecuentemente, a muy corto plazo, con gran estupor del trabajador, las condiciones de trabajo originalmente pactadas con el empleador habrán experimentado una notable transformación: la media jornada se habrá ido paulatinamente hacia una completa, y a sus funciones se habrán ido incorporando nuevas e insospechadas tareas; por supuesto, sin ninguna compensación económica añadida, manteniendo el pírrico salario originalmente convenido que, no faltaría más, se respeterá rigurosamente. Si, ante este cúmulo de despropósitos, se comete la osadía de hacer alguna observación, la respuesta que se recibe es casi siempre la misma: hay que ser polivalentes y flexibles, y, si no es así, hay gente en lista de espera. Lamentable y triste situación, que, lejos de ser ficticia, es más frecuente de lo que fuera de desear.

El trabajo decente, digno y con derechos, amén de todas las modificaciones que fuera oportuno abordar en materia legislativa laboral, no será posible mientras existan falsos, miserables e indecentes empresarios, a los que habría que perseguir y desenmascarar, como condición sine qua non para acabar con esta lacra. No es tarea fácil, ciertamente, pero sí eluctable. En el polo opuesto existen grandes y excelentes empresarios, comprometidos con su labor y la alta y necesaria función social que representa; pero, por desgracia, hasta el momento, ninguna manzana sana ha sido capaz de regenerar a una podrida. Al menos, roguemos para que no ocurra lo contrario.

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