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Hermosos vencidos: elogio de la filosofía

2 de Junio del 2016 - Adrián Alonso Enguita (Gijón)

Vencidos de nuevo. Vencida ella. Un poco al menos. Vencedora, al tiempo. Pero hoy, sí, vencida. Es natural. Su misma rareza la conforma sospechosa. Ella, que crea categorías, no entra en ninguna. Ella, que construye conceptos, evita el concepto. Pocos la admiran: son los buenos, son los grandes, sí, pero pocos. Y los buenos y los grandes son perdedores, al menos en el ahora. Vencedores, lo vemos, en la memoria. Pero vivimos en el ahora. No es una frase hecha, la recojo de Virilio; no es un lugar común, es un concepto radicalmente actual: con él morderemos la tibia de nuestro paisaje actual. No hay pasado ni futuro, sólo instantes. No son presentes, son instantes. Tiempo real en velocidad absoluta. Qué más dan los grandes. Quién lee a Virilio.

Vencida, se llama filosofía. Nació perdedora. El olor de la derrota está en su mismo manadero. Ya el ateniense previó su caída. ¿Recuerdan esa preciosa alegoría construida para levantar una civilización? Una caverna con la luz bien arriba en las alturas que alguien, su maestro, ha de escalar para, embelesado, volver a rapelar. Pero son dos cegueras, y eso no le pasó desapercibido al primer filósofo: la primera al ser golpeado por la luz; la segunda al ser golpeado, quizá con mayor virulencia junto al dolor de lo abandonado, por la oscuridad. Y allí, noqueado en la profundidad, tomó conciencia de que ya sus ojos eran diferentes, veía cosas que el resto no percibía. Pero ¿no veis que eso no es la justicia? ¿No os dais cuenta del peligro que ello conlleva? ¿No entendéis que esto forma parte de un todo mayor? ¿Acaso no sois capaces de elevaros y ver el paisaje completo? Por favor, venid conmigo, que yo os llevaré. Qué tierno gesto.

El ateniense lo sabía y lo recreó tan bien que hoy sigue vigente. Él venció. Él construyó una civilización. Pero allí perdió. El filósofo mira raro. Es de esa mirada que manan preguntas y crecen perplejidades. Son preguntas que comprometen. Son preguntas que ponen en tensión. Son preguntas, como dijo Nietzsche, que nos colocan tan en el límite que nos entristecen. Ahí está el profesor de Filosofía, ésa es su labor: entristecer a los alumnos enfrentándoles a la crudeza de la vida. Aquí está el abismo -dijo-, te invito a mirarlo pero recuerda que no hay red, había una, ya ha muerto. Salta. Pero no todos pueden mirarlo. Qué decir del salto. No todos tienen el valor. Cobardes. Arrodillaos. Nuestra reciente y rutilante ley educativa -LOMCE- es la asesina. Decorosa, sibilina, aguda y cobarde. Cobarde. Mutila y abandona al desangrado. Exige genuflexión. Pronto nuestros alumnos tendrán la opción de desconocer quién es el ateniense, qué es eso de una caverna y quién demonios quiere entristecer a nadie.

La visión. Perderán la visión. No tendrán la oportunidad de mirar con los ojos de quienes mejor miraron. No tendrán la oportunidad de preguntar lo que los mejores preguntaron. No podrán deshacer lo que los mejores demolieron. Sólo el ahora. Ahora. Ahora. Instantes. Tiempo real. ¿Para qué sirve? Mala pregunta. Para qué sirve, sí, pero ahora. Yo contesto: para nada. Rectifico: para saber por qué me haces esa pregunta y por qué me la haces así. Pero no contesto yo, contesta Virilio. Y ellos ya no leerán a Virilio. Hermosa y vencida. Termina el ateniense al que no conocerán: y cuando el maestro les invitó a ascender, lo asesinaron.

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