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Jabalíes en Oviedo

6 de Junio del 2016 - Pedro Gaspar Fernández Álvarez (Lugones)

Esto es algo que se veía venir desde hace mucho tiempo, pero, como siempre, mejor esperar a que nos llegue el agua al cuello.

Cuando se prohibió la caza en zonas próximas a las ciudades, a nuestros gobernantes no les dio (o no les interesó en ese momento) por pensar que estas zonas tranquilas, sin depredadores, serían de inmediato refugio de varias especies, especialmente con la creciente expansión del lobo, y con el tiempo tendríamos graves problemas de superpoblación, que suelen degenerar en enfermedades y que a la larga perjudican a la propia especie, además de los añadidos de seguridad pública.

Una buena gestión de la fauna consiste en controlar adecuadamente las poblaciones, en cada momento, manteniendo un equilibrio sostenible, y no en tomar medidas drásticas de última hora para quitarse lo antes posible el problema de encima, sin censos, sin la selección de qué animales hay que eliminar ni en qué número.

Si en estas zonas de seguridad está prohibido el uso de armas de fuego, como su nombre indica, por seguridad, ¿por qué se hace ahora esta excepción?

Existen otros sistemas: caza con armas de muy corto alcance, como el arco, y que se usa como elemento de regulación en muchos espacios naturales, únicamente un cazador acompañado de un guarda, una continuada presión con perros para sacar a algunos de los animales a otros espacios donde la convivencia con las personas no cree conflicto, suministro de alimento en comederos que los atraigan, uso de pastores eléctricos y repelentes, trampeo y jaula en casos específicos.

El problema no radica exclusivamente en especies cinegéticas como el jabalí, también el tejón (melandru), entre otros, está en expansión y, teniendo en cuenta que es portador de enfermedades como la tuberculosis, su excesiva población podría ser problemática; el zorro, portador de rabia; urracas y córvidos, en exceso destruyen casi la totalidad de nidos y polladas de otros pájaros, muchos de ellos protegidos.

Una vez más, se escoge la solución más rápida y drástica. Se prohibió la caza por seguridad, y se dejaron de percibir los ingresos que ésta generaba y se sustituyó a los cazadores por empleados públicos, para realizar el mismo cometido, pero apartando a estos de los quehaceres propios de su cargo (y no a todos les gustará participar en estas matanzas, que es lo que terminan siendo), generando así un gasto que sumamos a la falta del ingreso, y en vez de dar provecho a la carne, se lleva a un vertedero, y todo esto sin respetar lo que la caza ha respetado desde siempre: los períodos de cría de las especies.

Ya se había visto en años anteriores, cuando la Administración concedía permisos para abatir ciervas en meses estivales, en pleno período de cría, obligando a ejecutar a la cría (que no cazando), o en el peor de los casos, dejándola morir por predación o hambre.

A pesar de todas estas atrocidades, se lucha a muerte contra el cazador, pero si es la Administración quien incumple las normas de seguridad y respeto a los períodos de descanso, propio de las especies para su reproducción, curiosamente todo queda cubierto con un velo de pureza y no aparecen protestas de ningún grupo de defensa de la naturaleza. Volvemos a la doble moral, y eso no redunda en una buena gestión de nuestros espacios naturales.

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