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El galimatías de la sanidad pública

12 de Junio del 2016 - José Luis Álvarez Lauret (Gijón)

Que la sanidad pública en nuestro país está lejos de ser un servio público digno de ser ponderado es algo que sólo pueden poner en duda aquellos que no la usan; el resto, no creo que haya nadie que pueda sentirse plenamente satisfecho con el funcionamiento de dicho servicio público, con listas de espera -en mi opinión- impropias de un país desarrollado y miembro de la UE. Los motivos seguramente serán múltiples, y cada cual podrá enumerar algunos de ellos, pero lo que todos vemos es que lejos de mejorar, año a año parece que vamos a peor.

Acabo de pasar revisión en el servicio de urología del Hospital de Cabueñes, que, desde 2003, me veo en la necesidad de hacer cada seis meses, por una dolencia que no viene al caso mencionar, y resulta que el doctor que me tocó esta vez en suerte me dijo que no volviera hasta dentro de un año, pero que tenía que seguir con el tratamiento semestral que venía haciendo, que consiste en un inyectable de efecto prolongado. Me pareció raro que yo tenga que volver a medicarme, además de ahora, dentro de seis meses y sin pasar a reconocimiento para ver si procede o no seguir medicándome hasta dentro de un año, sin saber los efectos positivos o negativos del tratamiento, sin un seguimiento paralelo por parte del urólogo. Como el buen señor es el que organiza su consulta, pues yo no puedo sino hacer lo que me dice. Acto seguido, y esto es lo que yo veo totalmente incongruente y falto de toda lógica, es que le pido la receta para el inyectable en cuestión y el buen señor me contesta que eso ha de ser el médico de familia o cabecera quien me dé la receta.

Si las cosas funcionan así, ¿qué tiene de extraño que la sanidad pública esté como está? Resulta que desde Cabueñes tuve que ir a mi centro de salud a restar tiempo a los administrativos que dan cita previa para mi médico, luego ocuparé sitio en la consulta para pedir una simple receta que prescribe el urólogo y, por último, otra cita para la enfermera y otro día de incordio para que esta señora me inyecte el medicamento que el urólogo indica debo poner, pero cuya receta se negó a darme. Total, que algo que al urólogo le llevaría un par de minutos, el hacer una receta, me obliga a mí como paciente a andar dos días más de consultas y colaborando a colapsar la sanidad un poco más de lo mucho que ya está.

Después de esto, uno se pregunta: ¿esto es congruente con un buen funcionamiento? ¿Colabora a abaratar costes? ¿Es un desmadre provocado para que nos aburramos y nos vayamos a soltar la pasta a las clínicas privadas, como ya se está haciendo en muchos casos, o qué es? Que nos lo expliquen, porque cuesta entenderlo.

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