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Alberto Cotarelo, el Quijote del campo asturiano

16 de Julio del 2016 - Cándido Díaz González (Infiesto)

Murió Alberto Cotarelo Vijande. Murió un hombre, un luchador. Murió el Quijote del campo asturiano, el caballero andante que cuando su cuatro latas atascaba por los caminos de nuestra orografía ponía a prueba sus largos zapatos: esos que le duraron toda la vida y los que posiblemente han querido acompañarle a nutrir su tierra de Taramundi.

No le conocimos más que esos zapatos y un jersey azul oscuro. Era de los que comulgaban con uno de los refranes preferidos de nuestros antepasados más lúcidos: "No hay como lo pocu siendo bastante". Eso le distinguió siempre de los que no haciendo nada por nadie se afanaron y afanan en engazar y guardar como si el mundo terminara con ellos...

Murió Cotarelo, que los últimos años de su vida se refugió en un alzhéimer, que le evitó ver lo que estaba pasando con sus sueños de organizar y revivir el campo asturiano: posiblemente fue su última estrategia: olvidarse del mundo, el mismo mundo que se olvidó de él. Su muerte no concitó esas famosas escenas de una fila interminable de personas que vienen a rendir tributo a "personajes importantes".

Sí, así ha sido. Además de sus vecinos de Taramundi estábamos nueve amigos, sí, he dicho bien: ocho amigos y una amiga, que nos congratulamos de estar allí juntos, y agradeciéndole que fuera su incansable ir y venir por el campo el que nos permitió vernos de nuevo. Fue uno de los muchos favores que ha hecho al campo, servir de catalizador, de conector de personas e iniciativas en el medio rural, y que gracias a él, aunque escasamente representadas, estábamos allí de nuevo para recordar su aportación a nuestras respectivas experiencias y rendirle un último homenaje.

Por mi parte, se me ha muerto un amigo y un hermano, que un día, casualmente, me encontró, cuando andaba a la búsqueda de profesores para el Colegio Rural El Prial. Ese encuentro condicionó afortunadamente mi vida y me orientó a trabajar durante cuarenta años por el medio rural, participando en la puesta en marcha de esa experiencia educativa que hoy tenemos en Infiesto.

Sí, él también ha estado allí, en la puesta en marcha del Colegio El Prial, en el momento oportuno: las primeras manos que se pusieron en ese edificio de Infiesto han sido las suyas. El grupo que inició esa aventura educativa y profesional ha venido de la mano de sus gestiones, así como muchos de los focos de actividad por el medio rural que respiran aún su aliento, su trabajo de base. Trabajo calladito y delicado cuando organizarse sindicalmente en el campo aún pasaba por hacerlo a escondidas, sin jamás querer dar un paso en esa escalera que ha servido a muchos para subir y desaparecer del campo "de lo rural": de ese mundo rural que agoniza.

Él ha preferido morirse en el primer escalón… y seguro que también ha preferido verse despedido, sólo por los amigos en la cercanía o en la distancia por algunos más que hubieran querido estar allí. Él se ha ido, sus aventuras, sus obras, permanecen desperdigadas por Asturias...

Nos vemos cualquier día, amigo, ahora las distancias son más cortas y el viento ayudará a que la sabia tierra de Taramundi nos envíe a Infiesto tu último aliento, para seguir trabajando por lo que ayudaste a poner en marcha allá por el año 1975.

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