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Muerte y desolación en el Mediterráneo

8 de Junio del 2016 - José Antonio Gutiérrez González (Piedras Blancas)

La crisis de los refugiados no cesa. En la semana que concluyó hace escasos días entre las costas libia e italiana, se han producido por lo menos tres naufragios que, según Acnur y Médicos Sin Fronteras, habrían causado entre 700 y 900 muertes. Una vez sellada la vía terrestre por el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía, la avalancha de inmigrantes, especialmente sirios y norteafricanos, ha vuelto a recurrir a la vía mediterránea, como ocurrió años atrás. La situación vuelve a ser caótica, y la llegada del buen tiempo amenaza con multiplicar los intentos de acceder a Europa por parte de peticionarios de asilo.

Como el agua que desborda pantanos y cauces de ríos tras unas intensas lluvias, así actúa la ola de asilados que se lanza sobre las costas mediterráneas del sur de Europa. Todo intento de controlar la llegada de personas que huyen de la guerra y del fanatismo religioso topa con la superior realidad de su lógico y humano deseo de supervivencia. Tras la polémica clausura de la vía terrestre, los refugiados se arriesgan de nuevo en embarcaciones de poca o nula capacidad de navegación para intentar llegar a las costas europeas con el objetivo de garantizar su seguridad y la de sus hijos, así como un porvenir mejor aun a riesgo de perder la vida en el intento.

Desde hace unos días, la imparable dureza de la crisis de inmigrantes ha vuelto a hacerse realidad en el Mediterráneo oriental y central con un dramatismo que golpea las conciencias, como ya lo ha hecho en el pasado. En esta finalizada semana han sido rescatadas del mar al menos 14.000 personas y, a causa de tres naufragios, el número de desaparecidos puede rondar el millar. Como de forma trágica la portavoz de Acnur en Italia, ha señalado: "nunca sabremos cuántas personas han muerto ni conoceremos sus identidades, ni sus edades, ni su origen. Ni siquiera cuáles eran los motivos reales de su arriesgada decisión".

Las tragedias que se viven cada día en el Mediterráneo están llenas de imágenes impactantes y desgarradoras. Un de las más recientes ya ha dado la vuelta al mundo. Un socorrista alemán, sostiene en sus brazos, como si le acunase, a un bebé ahogado en alta mar. "Lo vi sobre el agua, con los brazos extendidos. Parecía un muñeco", ha explicado el socorrista en un correo electrónico. "Cogí el antebrazo del niño y puse su cuerpo entre mis brazos para darle calor, como si todavía estuviera vivo", confiesa. "El sol brillaba en sus ojos inmóviles. Empecé a cantar para confortarme a mí mismo y para dar algún tipo de expresión a este momento incomprensible y doloroso. Hace ocho horas este niño estaba aun con vida".

La ONG alemana "Sea-Watch" ha distribuido la fotografía de este niño sin nombre ni nacionalidad, en un intento de sensibilizar a las autoridades europeas para que pongan de una vez por todas las medidas necesarias para asegurar la llegada a salvo de los miles de inmigrantes y refugiados que cada día arriesgan sus vidas y las de sus familias para llegar a Europa.

Como ocurrió en su día con la fotografía del niño sirio, Aylan Kurdi, de tres años de edad, que apareció muerto en una playa de Turquía en 2015, la imagen del bebé sin nombre pone hoy el rostro humano a las más de 8.000 personas que han muerto en el Mediterráneo desde el inicio de 2014.

Tal como demuestra la cruda realidad, hasta ahora, Europa sólo ha sido capaz de articular un remedio infructuoso: poner fronteras terrestres consiguiendo con ello aportar más dificultades y muertes a quienes huyen de la sinrazón y el miedo.

Ante tamaño desafío, urge que la sociedad europea en concreto y la internacional en general reaccionen para que sus dirigentes asuman la responsabilidades para las que fueron elegidos, como son la resolución de los problemas con que se enfrenta toda Europa.

Hasta que esto ocurra, pues, seguiremos sufriendo las consecuencias del drama humano que parece no tener fin.

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