Sapere aude
Las llamadas "Humanidades" dan dignidad y anhelan la excelencia o areté, más allá de lo inmediato-práctico. Se trata de reflexionar críticamente con fundamento, revitalizar la cultura, entendida como cultivo personal que proporciona formación y gozo; ser creativos y abrirnos a realidades de otros mundos que coexisten con el nuestro, cada vez más parcelado y superespecializado. Las "Letras" constituyen muchísimo más que un mero pasatiempo, un adorno erudito, un coleccionismo de antiguallas o una huida de las matemáticas o las "Ciencias duras". La cultura como caja de sorpresas es inagotable, cada vez se lee más y el propio concepto de democracia –debate y convivencia– se extiende, desde visiones universalistas y de protección, a grupos y colectivos especialmente vulnerables, gentes tradicionalmente sin derechos o poco empoderadas. Está en juego la fecunda empatía, la construcción de una sociedad mejor desde postulados no tan economicistas y cerrados a la cooperación solidaria; la grandeza de lo mejor de nuestro venero de sabiduría sobre las aspiraciones y condición del ser humano, incluso de los seres humanos que hasta ahora no han contado en las "historias oficiales". Es el saber de raíz antropológica, filosófica, filológica e histórica un tesoro útil para conocer mentalidades.
Actualmente, en plena eclosión de un pragmatismo como nunca se había experimentado de la "tercera cultura" de John Brockmann, por la que ya clamara C. P. Snow, vivimos la gran expansión de ciencias e ingenierías, incluso de la biónica o ciencias biomecánicas, de la economía, la informática, las telecomunicaciones, las incipientes neurociencias, la física y cosmología, la genética y la bioquímica. También vamos camino de que la racionalidad científica y tecnológica sea cada vez más utilizada por las "ingenierías sociales" en la consecución de un determinado tipo de ser humano o ciudadano –tema delicado de cariz ideológico programático y político, por lo que supone de manipulación y visos de "dictadura perfecta"–. Pero el papel de la ciencia es fascinante e impagable, muy prestigioso por producir más beneficios que males. El ideal sería una cultura interdisciplinar sobre lo cientifista a ultranza –iconoclasta y antidogmático– y la buena defensa de la centralidad de la persona como sujeto no instrumentalizable, que sólo busca emanciparse del miedo, la ignorancia, el hambre o la esclavitud, según las declaraciones ilustradas que no olvidan al prójimo concreto, "al que le pasa que no sabe qué le pasa", en palabras del español Ortega y Gasset.
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