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Carta de un europeo a favor del exit

12 de Junio del 2016 - Martín Montes Peón (viedo)

Entiendo que la presente pueda no ser políticamente correcta, pero en tanto que no me dedico al arte de engañar, disfrazar la verdad y tergiversar la realidad, tareas de las que son expertos los políticos europeos que padecemos, deseo hacer pública una reflexión que es común a una parte de ciudadanos cada vez mayor. Añadiré, por si acaso, y si no, también, que ni pertenezco a ninguno de esos partidos tildados de populistas, por ser euroescépticos, ni que tampoco milito en el ala extrema de la izquierda ni de la derecha. Aclaro esta situación porque quien tiende a llamar las cosas por su nombre es inmediatamente catalogado y etiquetado como un sujeto peligroso, por lo menos.

Mi opinión es la de cualquier ciudadano español, el clásico Juan Español, o asturiano en este caso, llamémosle Pepe Madreñes, que además de estar harto de la inoperancia de la Unión Europea para todo lo que no tenga que ver con los mercados y los mercaderes también está cansado de la gran mentira que nos han vendido en forma de adornada panacea. El primer gran error de los muchos y gruesos que se han cometido, es el de pretender una artificial unión monetaria y económica sin que antes existiera unión política, social e incluso cultural. Es más, ni siquiera la unión monetaria y económica han funcionado, puesto que para empezar no existe armonización fiscal y tributaria, y para terminar, dentro de la propia Unión continúan existiendo los mal llamados “paraísos fiscales”. A partir de ahí queda en evidencia, como mínimo, la pretendida actuación común de los países miembros.

La única realidad tangible que se puede apreciar es que todo este invento ha respondido única y exclusivamente a poner en marcha un sistema de globalización puro y duro, cediendo cada país su soberanía en nada menos que el control de la moneda, pero sin que en el resto de las políticas, ya sean educativas, sociales, de exteriores o de interior, incluso agrícolas y ganaderas, se hayan aplicado las esperadas medidas de equidad. Cada uno de los países miembros de la Unión Europea mantiene además un lacerante desequilibrio en cuanto a calidad de vida y poder adquisitivo, por no decir los aberrantes índices de desempleo en según qué zona del continente. Mas aunque a alguien le suene un tanto desentonado, la realidad es que como español, que como asturiano, no siento el menor vínculo de hermandad con un alemán, belga o italiano. Y no lo siento porque tenga ninguna animadversión contra ninguno de los citados, sino porque he sido educado, como casi todos, en una cultura y en unos valores que nada tienen que ver con el mundo anglosajón, francófono o teutón. A lo más, y si es que quiera buscar vínculos culturales y afectivos a nivel transnacional, seguro que los voy a encontrar mucho antes en los países hermanos de Latinoamérica. Pero es que al son de la artificialidad se han creado un sinfín de instituciones europeas inoperantes, pero tremendamente caras, que no sirven para nada más que para dar cobijo a legiones enteras de políticos y funcionarios, empezando por el propio Parlamento europeo, bastante más inoperante que nuestro propio Senado, puesto que lo legislado por dicho Parlamento es muchas veces tumbado por los de cualquiera de los países miembros. Aunque tal vez lo más inadmisible sea que, sobre todo, los países del sur europeo tengamos que bailar la música que Berlín o Bruselas impongan, aun cuando sus erráticas medidas económicas nos hayan llevado a unos índices de pobreza que empiezan a ser insoportables.

Con semejantes mimbres es imposible tejer ningún cesto que mantenga un equilibrio razonable para apostar por la unión. Por supuesto, no desconozco las consecuencias que pudiera acarrear una salida de la Unión Europea, pero también sé que serían temporales y, hombre, puestos a elegir, casi prefiero pasarlo jodidamente mal en pesetas que hacerlo en euros. Puesto a elegir, no me apetece lo más mínimo que nuestras universidades inviertan ingentes cantidades de dinero para formar profesionales, cuyas plusvalías van a recoger otros países europeos. Como tampoco creo que les haga muy felices a nadie contemplar el dantesco espectáculo que se viene dando con la gestión de los refugiados, o con la práctica desaparición del tratado de Schengen. La perversidad que las supuestas “bondades” de la globalización mundial en general, y la europea en particular, a lo único que han contribuido es a generar una desigualdad de tal magnitud que las bolsas de pobreza generadas hayan desbordado cualquier límite admisible, y el riesgo de que acaben por provocar una explosión social sin parangón no sea en absoluto descabellado. Eso sí, para lo único que sí ha servido es para que las grandes multinacionales campen por sus fueros, y los descaradamente ricos hayan crecido de manera tan grotesca como injusta. Volver por tanto a nuestra economía nacional tampoco sería la peor idea, pues sin aplaudir el aislamiento internacional, siempre podíamos enfocar nuestra estrategia en un mercado emergente tan importante como el latinoamericano.

Las últimas palabras de esta carta no son mías. Las rescaté de una intervención del Papa Francisco, y que dicen así: “La creciente desigualdad entre ricos y pobres puede generar episodios de violencia desconocida, y en Europa ya hubo demasiada sangre derramada. Pido sensatez y cordura a los gobernantes para que eviten el sufrimiento injusto de sus gobernados”. Posiblemente a esos gobernantes les haya sonado a música celestial, y les haya entrado por un oído y salido por otro, pero de lo que no hay duda es que por este camino seguro que no llegamos a ninguna meta.

Martín Montes Peón

Oviedo

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