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Y ahora, ¿a quién no votamos?

18 de Junio del 2016 - Martín Montes Peón (Oviedo)

Dicen quienes se dedican a este negocio de la política, con independencia del color, que no de su conciencia, que estas nuevas elecciones son decisivas, importantísimas y claves para nuestro futuro. No deja de ser curioso, sino sorprendente, que sea precisamente en este punto, en la necesidad de que el personal acuda a las urnas, en el único en el que se ponen todos de acuerdo, pero déjenme decirle a cuantos candidatos aspiran a obtener sillón y prebendas, que ya no cuela semejante arranque de responsabilidad cívica.

De entrada, les diría a todos los concurrentes que habría de caérseles la cara de vergüenza por la incapacidad e inutilidad demostradas para alcanzar ningún tipo de acuerdo, aunque eso sí, cobrando desde el mes de diciembre para acá, por tocarse las narices y demostrar su grado de incompetencia. Deberían empezar por tener la gallardía de renunciar a volver a cobrar por votos y escaños, o devolver lo cobrado, ante la manifiesta incapacidad de pactar nada, pero es que además, si les quedara un mínimo de dignidad, deberían de costear de sus bolsillos la duplicidad de gastos electorales, para no herir más la sensibilidad de millones de españoles condenados a la pobreza, e incluso a la miseria.

Puedo asegurar que existen ya muy pocas cosas que logren sacarme de mis casillas, pero he de admitir que me solivianta sobremanera que me tomen por imbécil, menor de edad o corto de entendederas, y que quienes lo hagan sean precisamente los que en teoría estarían llamados a resolver problemas mucho antes que a crearlos. Y si no hago distingos entre los llamados partidos tradicionales y los considerados emergentes. No los hago, porque aún con estilos diferentes, el proceder de todos ellos es exactamente el mismo. Sin distinción de tendencias, han dejado patente que se mueven por unos parámetros inspirados en la intolerancia, la prepotencia o la arrogancia, por apuntar solo unos cuantos síntomas y evitar de p aso utilizar adjetivos bastante más gruesos y contundentes. Pero con ser lacerante el proceder medio de quienes se espera honestidad y transparencia, es infinitamente más grave que nos mientan como bellacos sin el menor rubor. Mienten todos y cada uno de ellos, porque no nos están diciendo cómo y de dónde van a recortar una nueva tanda de miles de millones exigidos por Bruselas tan pronto se forme el futuro gobierno. Mienten hasta el descaro, porque conocen mucho mejor que el ciudadano de a pie, que no podrán cumplir con el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, y en consecuencia, no podrán aumentar los niveles de bienestar ni sacar de la pobreza a millones de españoles triturados por una crisis convenientemente orquestada, que no sobrevenida.

Y como si nada hubiese sucedido, aquí tenemos de nuevo exactamente a los mismos “figuras” tratando de decirnos que nos hemos equivocado todos hace seis meses, y que volvamos a confiarles de nuevo nuestro voto. Así que siguiendo con su macabro juego, supongamos que he hecho acopio de dosis abundantes de bicarbonato, ansiolíticos y pastillas para no pensar, y me dispongo a otear el horizonte para despejar la incógnita de a quien otorgarle mi voto. Desde luego, la primera condición innegociable que pondría a cualquiera de los concurrentes, es que eliminen de su discurso la palabra Venezuela, porque quedaría automáticamente excluido. A partir de ahí, y empezando de mayor a menor, en número de escaños, se entiende, no tendría el menor inconveniente en votar al PP si don Mariano y sus fieles pidieran perdón públicamente en el telediario de las 9 de la noche, en directo y en todas las cadenas, por los innumerables casos de latrocinio que se han producido en sus filas, si además se comprometieran a abandonar para siempre la prepotencia con la que actúan, obligaran a devolver todo lo afanado por sus huestes al erario público, aprendieran a conjugar el verbo dimitir y tuvieran las mismas agallas para plantar cara a Berlín, que las tienen para cebarse con los más desfavorecidos a golpe de recortes y suspensión de ayudas. Del mismo modo, no tendría mayor problema en votar al PSOE, si don Pedro, además de pedir el oportuno perdón por haber reformado con nocturnidad, alevosía y mala uva, en compañía del PP, el texto constitucional para garantizarles a los “mercados” el cobro de la deuda, antes que las pensiones, la sanidad, la enseñanza, las becas o cualquier servicio básico a sus propios compatriotas, a los españoles, para entendernos mejor. Aparte, tampoco vendría nada mal que aprendiera primero a gobernar su propio partido antes de pretender gobernarnos a los demás.

Por supuesto, brindaría mi voto sin dudarlo a Podemos, toda vez que don Pablo se comprometa a apear la demagogia de su inconcreto ideario, que además demuestre que, por más que pequeños burgueses, también estarían dispuestos a trabajar en lugar de pasarse el tiempo hablando por hablar, llevando la contraria por llevarla y desterrando la sed de odio y venganza que destilan por sus poros los dirigentes de su partido, y él mismo. Con un poco menos de lo que se da en llamar postureo, y un no un poco más, sino mucho más respeto y educación, sería la cuenta. Y por último, tampoco me dolería en prendas confiar mi voto a Ciudadanos, si don Albert fuera capaz de explicarme el arte de dirigir un partido político capaz de ir con los de la feria y volver con los del mercado, formar cuadros dirigentes con los sobrantes de otras formaciones políticas, e incorporar a sus filas a actores, cómicos y demás familia como reclamo por ser conocidos en sus actividades, pero quizá lejos de poder convertirse en buenos gestores.

Resumiendo, y como todo lo anterior, más que una hipótesis, no deja de ser un sueño, y ya sabemos lo que afirmaba Calderón de la Barca sobre este asunto, pues nada, que aquí se encuentra uno, otra vez más, sin encontrar a quien votar.

Martín Montes Peón

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