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la importancia de las apariencias

16 de Julio del 2016 - Fernando Martínez Álvarez (Grado)

Vivo en la periferia de la ciudad. En esa zona limítrofe entre las construcciones y la nada que espera por ellas.

Trabajo para el servicio forestal, actualmente en un helicóptero; de un incendio a otro. Hoy, como está el tiempo estable, no hay un índice de riesgo alto y no se prevé que haya siniestros de fuego, nos han encomendado un trabajo de apoyo logístico: subiremos materiales para la construcción de unos bebederos para ganado a una majada inaccesible para los vehículos, en unas altas montañas cercanas.

Como el lugar en el que vivo se encuentra en un punto intermedio en nuestro itinerario de vuelo desde la base al destino, he acordado con mi compañero Arcady, el piloto, que tomará tierra y me recogerá a las 9.30, en un prado cercano, que previamente hemos convenido sobre el mapa. De esa forma no tendré que desplazarme hasta la base, en coche, para luego recorrer de vuelta esa misma distancia por el aire.

Recuerdo que debo de hacer unas gestiones en el banco y me decido a pasar por él antes de mi marcha. Se encuentra en un bajo, justo en la línea final de los edificios, con el espacio abierto y aún sin habitar. Parece toda una apuesta del marketing de futuro de la empresa financiera, con respecto al crecimiento venidero de habitantes, (hipotéticos clientes), que la zona tendrá.

Quiero hacer una transferencia y un reintegro.

El empleado me pide el nombre, lo introduce en el ordenador y efectúa la primera operación sin problema. Cuando pretendo que haga el reintegro que necesito, solicita mi identificación. No encuentro el carnet de identidad, así que saco el de funcionario. Me dice que no sirve, que necesita el carnet de identidad. Le digo que, como puede ver, en el de funcionario consta también mi número de DNI y mi foto, así que no tendría por qué haber ningún problema con la identificación.

Lo siento, este no sirve - me dice, mientras apoya el dedo índice en él y lo desliza hacia mí sobre el mostrador, en aséptica restitución.

¿Cómo es entonces que para la transferencia solamente necesitó usted mi nombre, sin ningún otro documento? - digo con algo de sarcasmo.

Esta entidad está en su derecho de exigir la documentación que estime oportuna en aquellas operaciones que lo crea necesario- me comunica en tono de atribución inamovible.

Bien, en consecuencia, -le respondo-, yo también estoy en mi derecho de cancelar las cuentas corriente y de ahorro que poseo como cliente en una entidad que no me trata como tal.

Se frota la nariz con el dedo índice y veo que acusa el golpe. Es el único empleado de la oficina y solamente hay otro cliente, sentado en un sofá algo más allá.

Es usted libre de disponer de todo su patrimonio como mejor le plazca. - me contesta haciendo sonar un retintín irónico en lo de su patrimonio, mientras mira con desaprobación mi ropa de cualquier día.

(Me desagrada más esa crítica inspección ocular que su insultante soberbia).

En ese momento un estruendo enorme, que hace vibrar las grandes lunas, suena en el prado de ahí delante. Es el aire fuertemente sacudido por los dos grupos superpuestos de las palas del rotor del Kamov K32 que me viene a recoger. El bancario y el otro cliente se han levantado y se han aproximado a las cristaleras para contemplar la toma de tierra de tan extraordinario aparato.

Disculpe le digo Ya continuaremos con esa cancelación. Ahora mis asuntos me reclaman en otra parte.

Y salgo, cruzo el prado hacia la imponente máquina voladora, que ya se ha posado. Dimitri abre para mí la puerta corredera y subo.

Desde la ventanilla, mientras despegamos, echo un vistazo a la fachada del banco: allí sigue el funesto empleado, pegado al cristal y con los ojos como platos. Seguramente tratando de imaginar las posibles consecuencias de su error, por el importante cliente que acaba de perder.

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