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¿Sueñan los robots con inteligencia cuántica?

20 de Junio del 2016 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

De una singularidad, surge un universo de energía y materia en expansión; de él, surge la vida que, fuertemente competitiva, evoluciona rápidamente en el tiempo: crea sociedades, transmite logros y descubrimientos, y, también, creencias. Se da forma así a las «kultur» y a la Historia. ¿A dónde nos conduce la expansión, la evolución biológica y la Historia? Oswald Spengler lo decía claro: «una civilización nace en el momento en que, de las condiciones psíquicas primitivas de una sociedad infantil (en bruto y sin pulir), surge un alma poderosa y se desarrolla (...) Esta alma llega a florecer en el suelo de una comarca con límites precisos (...) Inversamente, una civilización muere una vez que el alma ha realizado la suma completa de sus posibilidades (...) después vuelve a la psique primitiva de la que ha surgido originariamente». El planeta Tierra no llega a comarca de la Vía Láctea; que es una de entre las miles de millones de galaxias, con miles de millones de estrellas cada una, que existen. Estrellas que apenas podemos contar hasta el horizonte visible, desde donde la luz nos alcanza en el tiempo. Sin embargo, no procuramos enseñar nada sobre la psique o sobre esa alma humana que sueña y tiene esperanza en alcanzar la simbiosis colaborativa. Esperanza que se corrompe cuando rechazamos al otro: al prójimo que confinamos sin refugio ni libertad.

El keffir, estudiado por Lynn Margullis (nuestra desaparecida premio Principe de Asturias) nos da ejemplo de evolución y vida simbiótica, con su simbiosis entre seres esencialmente inmortales y seres individualmente mortales. Si alguno de los inmortales es matado, o muere algún colectivo de los seres mortales, el keffir muere al quebrarse la simbiosis. Nos lo dice también J. S. Huxley (el biólogo hermano de aquel que soñaba con «La isla», fracasado «Un mundo feliz»): «El mundo orgánico total constituye un solo gran individuo, vaga y malamente coordinado, es cierto, pero que no por ello deja de ser un todo continuo con partes independientes: si algún accidente sufrieran todos los vegetales o todas las bacterias, el resto de la vida no podría existir».

Superados los límites del crecimiento y el pico de producción de los recursos energéticos actuales (todos ellos provenientes del sol). Su uso puede llevarnos a la libertad del explorador creador o, en su abuso, retornarnos a la psique primitiva. De todas las transformaciones energéticas, la esencial es la de masa por energía: con ella el sol convierte al abundante y activo hidrógeno, en el noble y ligero helio. Mientras, el ferroso núcleo de la Tierra, con sus giros, genera el campo magnético que nos protege de toda la mortífera radiación no visible, y su luz nos permite los colores del arco iris. ¿Qué hacemos: investigamos para retener magnéticamente la radiación mortífera mientras creamos energía solar propia o, malgastada la oportunidad, perdemos el transbordador espacial y retornamos a psiques primitivas adoradoras del Sol? El planeta Tierra puede ser un santuario de vida y un reino de almas en el futuro; pero solo si cooperamos para que nuestras criaturas, las IA de analógica decisión cuántica y corazón de fusión, logren poblar este sistema solar con robots: fabricando ellos, fuera de nuestro planeta, todo lo necesario.

¿Sueñan los humanos con poblar una comarca, con límites precisos, dentro de nuestra galaxia (algo diminuto), o su psique infantil se está volviendo primitiva?

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