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¡Ya está bien de inoperancia!

19 de Junio del 2016 - José Viñas García (Oviedo)

Cuando se dice que todavía, a pesar de los recortes que Rajoy le aplicó, a pesar de que el PP si le dejamos la convierte en intendencia privada, seguimos sosteniendo una de las sanidades públicas mejores del mundo. Todo es cierto en cuanto a lo que respecta a su financiación, a sus instalaciones, elementos tecnológicos, incluso de empleados y profesionales, a pesar del que el PP los disminuyó en número y dedicación. Pero no nos engañemos a nosotros mismos. ¿Quiénes opinan y a quiénes se oye hablar de las grandezas de nuestra sanidad? Los que tienen la posibilidad de usar los medios de comunicación (políticos, personalidades varias y empleados sanitarios); a la gente de a pie sólo le queda este apartado de "Cartas al Director" para opinar, algo que es de agradecer enormemente, ya que si no, sólo leeríamos las bondades. Quienes tienen a su disposición los medios de comunicación son quienes también tienen a su acomodo una sanidad pública a su disposición, con servicio con atención inmediata, sin listas de espera y una atención exquisita. ¿Cómo pueden hablar mal de ella? Eso distorsiona y enmascara la verdadera realidad: que al resto de pacientes sin amistades ni enchufes no se le atiende de la misma forma y manera.

¡Claro que funciona a la perfección para este tipo de personas! Pero, como siempre, para los de a pie, para la inmensa mayoría de enfermos y familiares, la sanidad pública se convierte en un periplo de citas sin fechar y esperas desesperantes, y ya cuando todo empieza a rular no entran como los enchufados o familiares de empleados sanitarios, directamente a ser mimados y atendidos, les quedan pruebas y mucha congoja por saberse pacientes de tercera fila, un numero sin más.

Luego, cuando estás dentro, observas que hay protocolos para todo, incluso también para todos los empleados, pero sólo usan con esmero los que aplican a pacientes para casi humillarlos y rebajarlos a la mínima expresión. Son necesarios supervisores en todos los sectores, profesiones y especialidades. No se puede dejar que sigan creciendo los injustificables comportamientos en perjuicio siempre de la parte más indefensa como son los enfermos. Los tratos vejatorios, casi abusos, la falta de respeto (¿para qué ponen en la cama el pulsador del mal humor? Cuando ingresas, te lo dicen, úsalo si nos necesitas, pero ¡ay, como se te ocurra usarlo más de una vez! Desespera a toda enfermera y auxiliar, a eso alguien debe decirles que se acabó, que cuando un enfermo o familiar les reclama es porque les necesita, sin tener que escucharles echar por la boca todo tipo de improperios contra los indefensos enfermos que les reclaman por dolor, mareos, vómitos o incluso información) y no reconocer que este armatoste público sólo tiene sentido por los actores principales que no son otros que los enfermos, es seguir, de mal en peor. A los empleados se les paga su sueldo por esa única razón: tratar de solucionar los problemas a los pacientes, ser precisos, eficientes y entregados a ellos y sus familiares. Pero no, ellos se creen los dueños del cortijo, cuando miles de médicos, enfermeras, auxiliares y celadores están en el paro deseosos de tener la oportunidad de sentirse realizados para lo que estudiaron y se prepararon. Quiere decirse que sin ustedes, otros estarían; sin enfermos el chiringuito tendríamos que cerrarlo, porque son recursos de todos para todos, no para que ustedes los usen como coto privado, ¿comprenden esto?

Hay que acabar con la humillación del paciente. Pasa a diario en nuestros hospitales, profesionales que se les consiente todo, no hay inspectores ni supervisores neutrales, son ellos mismos los que se tapan sus vergüenzas. El corporativismo mal interpretado invade este armatoste público, no se atreven a decir y a denunciar no los errores, que son humanos, sino la mala praxis, por dejadez, por desgana, por saturación, por tomar una misma operación y cada paciente como imagen y costumbre a las ya realizadas; por protocolos a rajatabla que vejan y humillan a los enfermos (por ejemplo, vestirlos con bata culo al aire para pruebas que para las que no es necesario), pasearlos por los pasillos celadores que se piensan que llevan sacos de patatas; no dar la información adecuada y el respeto obligado a quien se debe, los enfermos. Los empleados del HUCA, sea cual sea cualificación o categoría, deben tener estrictas normas de cumplimiento, sobre todo en lo referente al cuidado, respeto y entrega hacia el enfermo. Pero impera un desgobierno general sin mandos comprometidos donde los innumerables sindicatos manejan demasiado a su antojo la decadencia de esta empresa pública. ¿Por qué nadie pone orden en este desorden? ¿Por qué nadie pone orden a listas de espera, profesionales consentidos o empleados desganados? Porque quien gestiona es quien lo hace mal. La solución jamás pasó por quien la provocó.

Insisto, nuestra sanidad la estamos destruyendo entre todos los que consentimos injusticias y dejadez; los compañeros, superiores o subordinados que observan estos comportamientos, mirando para otro lado, son como ellos.

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