Elogio de la abstención
Votar es un derecho, no una obligación, y los abstencionistas no carecemos de legitimidad para protestar, ni somos peores ciudadanos que los votantes. La abstención es obligación moral y cívica, la única manera de decirle a la clase política que no nos identificamos con sus propuestas y acciones, ni nos inspiran credibilidad, por lo que no estamos dispuestos a que nos representen. No creo en un PP neoliberal, que ha hecho retroceder las libertades, hundido la educación, la enseñanza, y proliferar la corrupción. No creo en un PSOE, más social-liberal que socialdemócrata, que no ha sido capaz de practicar políticas económicas sociales y que toda su acción positiva de gobierno la basó en algunos gestos progresistas. Menos aún creo en Ciudadanos, partido de diseño para intentar la gobernabilidad en momentos de vacas flacas para el bipartidismo. En cuanto a Podemos, su indefinición ecléctica me desconcierta: ¿son socialdemócratas, comunistas, ni de derechas ni de izquierdas (¿nacionalsindicalistas?), anarcoprogresistas, o, simplemente, progresistas populistas? No hay que conformarse con el mal menor, sino aspirar al bien mayor, y se debería votar con el convencimiento de hacerlo a una opción de gobierno, no por utilidad, por miedo o a la contra. Mientras la soberanía popular sólo consista en votar para delegar en un grupo de privilegiados las capacidades de legislar, de gobernar a su antojo y de politizar el poder judicial, que no cuenten conmigo. España necesita conciencia y compromiso social, movimientos ciudadanos fuertes, sindicatos de verdad, respuestas masivas y contundentes a las injusticias sociales, los abusos de autoridad y la corrupción. España necesita ciudadanos y personas, no votantes y consumidores. Y, quizá, hasta sobre el estado.
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