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Terapia para ser rojo

20 de Junio del 2016 - Roberto García García (Avilés)

Siempre he tenido vocación de izquierdas, pero avatares confesables de la vida me han impedido formarme en este sentido de circulación. Hasta que hace unos meses me apunté al curso Terapia para ser rojo, dirigido por Alberto Garzón, quedando en manos del sindicalista Andrés Bódalo la parte práctica. Los temas de los ismos (ya saben, populismo, escapismo, transfuguismo, trilerismo...) los superé con solvencia, pero me han quedado serias dudas sobre el capítulo dedicado a la solidaridad. Yo achaco el desconocimiento al pire de la clase pertinente: había acudido con unos colegas sirios a una mani del PACMA donde exigíamos la sanidad gratuita para las mascotas. En dicho apartado, el de la fraternidad, se menta el proyecto de refundación de IU, donde Garzón, ignorando la mutación del concepto de pueblo a tribu, mantiene el derecho a la autodeterminación (independencia, entiendo yo) de los Pueblos del Estado; de hecho, en la foto grupal de fin de curso Andrés nos adornó con una estelada. Así, en pleno declive de Occidente, los oportunistas vascos y catalanes depositarán el voto del 26-J en las sucursales de Unidos Podemos, única entidad española que garantiza el interés separatista. Entiendo que la mayor prioridad de la izquierda sea acabar con la desigualdad social mediante la mejora de las condiciones de vida de las clases populares. Pues bien, casualmente son los pudientes los territorios que pretenden darse el piro en un alarde de filantropía narcisista; por consiguiente, el corolario de la desmembración sería una galopante depauperación de las diferentes capas sociales. La apostilla pero juntos seremos más fuertes es eufemismo al uso; si con todas las piezas del endiablado rompecabezas vamos tirando, precísese: dispersos generalizaremos la penuria. Bien lo saben los estudiantes de Ciencias, disciplinas habitualmente alejadas de las mieles del poder, derivar es banal rutina, integrar aviva la mollera. Alberto, corazón, he perdido la ilusión rodeado de indígenas que al grito de Todo por la Galia me devuelven tatuado y en taparrabos a la aldea local. He dejado de creer porque vuestra tierra prometida, más allá de cadena astur de restauración, es puro Atacama. No me ofrezcáis más el maná que no quiero conocer el infierno. Como el sentido contrario tampoco me seduce, me veo huérfano si los animalistas no me adoptan.

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