Cambiar el mundo

21 de Junio del 2016 - Javier Fernández Fernández (Oviedo)

Todos soñamos con una vida mejor en una sociedad mejor. Sin embargo, raro es el día que no nos sentimos desilusionados, decepcionados y hartos de la gente mala y egoísta que nos rodea. Hay muchísima gente que parece interesada sólo en su beneficio personal. Se han vuelto arrogantes, críticos e insensibles. No sólo nos debilitan sus actos, sino que, además, casi todos creemos que no podemos hacer nada para cambiar esta situación.

Ser amable, hacer una buena acción sin pedir nada a cambio, ni esperarlo. Por ahí se podría empezar.

Hace poco salía con mi bicicleta de un centro deportivo y al abrir la puerta un hombre que se disponía a entrar la sujetó para que pudiera salir, y pensé "qué buen momento para realizar una prueba", por lo que salí directamente sin decirle nada, quería ver su reacción. Rápidamente y con voz sarcástica dijo "de nada, ¿eh?". Yo le sonreí y le di las gracias, dando a entender que había sido un despiste mío. El asunto es que ese señor esperaba algo a cambio por su educada conducta.

Ayudarnos con actos de bondad sin que nos preocupe lo que nos reportará y hacerlo con generosidad eso es realmente un acto de amor; su acto fue una acción de educación anquilosada en nuestra sociedad vieja y obsoleta, en la que esperamos recompensas por nuestras acciones; yo a eso lo denomino egoísmo: no hay realmente amor en la acción, sólo es un estímulo inculcado y no una acción en la que tú, independientemente de la otra persona, te sientes bien por realizarla.

Hay que acercarse a los desconocidos con esos actos de benevolencia. La amabilidad y el cariño no pueden reservarse a nuestras familias y nuestros amigos, porque, en ese caso, la sociedad no cambiará en absoluto. Además, seríamos un ejemplo para nuestros hijos. Aprenderían que no importa a cuánta gente afectan, en realidad, sus pequeñas y buenas acciones. Lo importante es hacerlas. Nuestros hijos nos observan de cerca, siguen los modelos que ven. Si vivimos con odio, violencia y competitividad copiarán ese modo de vida.

Recuerdo en otra ocasión que, realizando una mudanza, quise deshacerme de una tienda de campaña, la cual era muy antigua y no utilizaba; pensé que antes de tirarla a la basura podía dársela a alguien que le sacara provecho. Decidí acercarme hasta un puesto de artículos militares y les dije exactamente:

"Hola, he estado haciendo limpieza en mi casa y encontré esta tienda militar, la cual es antigua y nunca la he usado, ni usaré, por lo que venía a mirar si les interesaba". Uno de ellos me dijo que tenía que mirarla y ver cómo estaba, y que a raíz de ahí valoraría y me pagaría su valor.

Yo le dije "no, no quiero nada a cambio, sólo si les interesa, pues se la doy sin más". Uno de ellos puso una cara como extrañado, mirándome de arriba abajo, como si quisiera ver algo; el otro rápidamente se levantó, se acercó y dijo que, en realidad, no les interesaba ese artículo. Se miraban los dos uno a otro, no se lo podían creer, estaban tan condicionados por esta cultura en la que vivimos que no daban crédito a un acto involuntario de buena fe. Les dije "bueno, no importa, tampoco me la voy a llevar. ¿Ven aquellos contenedores? La dejare allí y con la cantidad de puestos ambulantes que hay, no durará ni un segundo". Uno de ellos recapacitó y dijo "bueno, déjala, pero me sabe mal que no te demos nada a cambio; pásate por aquí el próximo domingo y te damos algo de dinero por su valor". Le dije que no importaba, que no me daba más. Les di las gracias y no volví más por allí.

La gente es tremendamente cínica, desconfiada e increíblemente competitiva; nuestra cultura civilizada nos está fallando.

Tender una mano u esbozar una sonrisa sin que nos preocupe lo que nos reportará y hacerlo con generosidad, de ese modo cambiaremos, nuestros hijos serán lo que ven.

Si no tienes oportunidad de hacer cosas grandes, haz cosas pequeñas a lo grande.

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